miércoles, enero 16, 2019

CARTA 8





CARTA 8


Hola madre. Sí, querida madre. Madre que engendra hijos por unas tierras que no son de nadie y son de todos. Esto no lo comprendo, no llega a mi razón. He tocado la alambrada con mis dedos. Suavemente cuando el auge del sol guiñaba mis ojos me ido hasta ella y la he acariciado. Detrás, los hombres, las mujeres de las armas. Me han visto en mi acto y no se han movido. He observado que alguno que otro, que alguna que otra agachaba la cabeza y me daba la espaldas. Culpables o no, solo son mandados, obedecen órdenes de sus superiores. El niño ha sonreído y le he tenido que contar alguna historia sobre esos militares madre. Una historia  feliz, amena. Me ha dicho que le gustaría vestirse como ellos que a veces siente ganas de trepar la alambrada para hablar. Yo he respondido que no, que por ahora no, que todo llegará a su medido tiempo. La alambrada es áspera, rugosa, oxidada, fea. Y saber que a unas pisadas todo es distinto madre.  En esta planicie de dimensiones descomunales cuantos han intentado cruzarla. Restos de sangre también hay. Pero no la temo madre. He atado un pañuelo blanco en ella como sinónimo de paz. Sí, por qué venimos con la paz en esta hilera de la desolación humana. Todavía nos queda el perdón. La venganza araña los vientres, las sienes y sería un daño irreversible hacia nosotros mismos. Ay, madre ahora recuerdo las flores primaverales con que me despertabas ¿Estamos en primavera? Supongo que sí. Solo el movimiento del sol indica nuestras vidas, solo el movimiento de las noches anuncia nuestro descanso pasajero o eterno. Intento, madre, que el niño no se contagie de las muertes, de los rostros demacrados de alguna mujer violada en la oscuridad. Todos callan. Todos saben.  Mientras sigo en mi trabajo con mis manos abiertas a estas organizaciones-como se hace llamar- que nos ayudan. Sí, querida madre, he visto muchas cosas. Más de la cuenta, más de lo que se puede soportar pero continuamos. Yo de la mano de este niño acariciando la alambrada.  Quizás desaparezca en el transcurso de los días, de las estaciones, de los años. Lo vital es mantenerse constante madre aunque nos derrumbemos al término de cada jornada.  Pero te digo madre, he tocado la alambrada. Una alambrada ruin, grosera, inmune al quejido de la muerte.


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