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Se hizo una pausa, un
tiempo que se paraba y distanciaba cada suceso transcurrido en el curso de las
almas de esa aldea de las siete mujeres de los siete riscos. Una detener que
hacía que las olas callasen, que hacía que los pajarillos silenciaran, que
hacía que el abad estático visionara lo que no es posible ver, el milagro, que
hacía que el cura absorto y paralizado se introdujera en un ronronear de vacío,
que hizo que todos los aldeanos, todos los lugareños se quedaran quieto
mientras el sol de filigranas incidentes sobre aquella isla no avanzara en el
tiempo. Un tiempo en quietud, con la solemne eternidad de movimientos
eclipsados. Las siete mujeres de los siete riscos en sus respectivas cuevas
lloraban y lloraban mientras el todo era
la nada. Arroyuelos salados desembocando en la calma de aquel jardín sin flores
del pueblo. Diminutos ríos que llevaban el hechizo a todas las gentes de manera
ferviente, viva, alegre. La alegría de la vida repartiéndose en todas las casas.
Luces y sombras vivían juntas en el recorrer de los años. Luces y sombras
amparados en el regazo de un sueño que ahora agazapaba a las siete mujeres de
los siete riscos antes de la partida, de esa huída verdadera ante sus
opresores. Muy vitales para la muerte circulaba por la mente de cada una. Un
aliento lanzado a las mareas, un suspiro…uhm…alcanzando el sosiego, la
tranquilidad de puentes girando en torno a la existencia en vertical. Un
horizonte también lisiado de armonía. Solo un arco iris daba animadas sonrisas
a estas siete mujeres de los siete riscos. Un arco iris cuasi eviterno en ese
otoño involucrado en la lucha. Todos quieren vivir, que la mortandad no sea
ajustada hora de sus singladuras. La respiración atenuada, vendada para todos.
Una descomunal insonoridad inundaba aquella pequeña ciudad de los siete riscos
de las siete mujeres. Y un aliento
lanzado a las mareas, un suspiro…uhm…
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