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Lluvia
torrencial imparable para luego sangrar por la boca, por corazones, por pulmones,
por el alma caída en el abismo. La muerte negra había llegado de manera
insospechada, de manera silenciosa. La muerte negra, la negra muerte reventando
cuerpos que huían a no sabe donde en el eco del mediodía. En su celeridad, en
su devastación impertinente, inesperada fueron olvido de la cacería de la noche
sin luna. Un gemido hosco y cruel emanaba de las gentes de aquel pueblo
asentado entre los siete riscos de las siete mujeres en medio del océano. El
cura miraba fijamente la figura de un Cristo que también sangraba por sus
poros. El terror y la desesperación lo poseyeron de nuevo. No, no alcanzaba el
por qué de toda esta circunstancia materializada en sus cuerpos. Poco a poco la iglesia se fue llenando de
vagabundos de la muerte negra, de la negra muerte. Niños, mujeres, hombres,
todos caían en los precipicios de una fosa común emanando por la boca imparables
hemorragias, imparables de inteligencia rota. La nada. Toda la aldea enferma un
castiga del cielo se les había enviado, un azotar de Dios. El cura, lívido, febril,
atónito abrazó los pies de la figura que veía insana, enferma en la decadencia,
en la tristeza. “La maldición esta
corrompiendo nuestros ciudadanos. Cristo, mi amor ¿qué hemos hecho ahora? No comprendo,
no alcanzo a entender esta persecución del mal sobre estos pobres. Todo es
rojo, rojo oscuro. Dime, dime algo. Construiremos una ermita allí. Sí, allí,
donde los cuerpos de las almas perdidas caen. Solo quejido y más quejido bajo
este techo, tu casa. Solo muerte y más muerte en estas tierras sombreadas por
el poder oscuro, por el poder de las tinieblas en la destrucción, en la ruptura
de la vida. “ Rápido el párroco reaccionó, campanas al galope anunciando el
horror, el miedo, la muerte. Ordenó la construcción de una especie de ermita en
una zona ajena a la aldea y que llevaran a los poseídos por el diablo allí, a
todos indicó que los enterrasen para edificar esa especie de santuario a Dios
para el perdón de los pecados.
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