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Emergieron de las aguas infinitas, eternas de aquel océano. Desnudas, en la orilla, las caracolas rezumaba un aviso, una alerta que ellas solemnes escucharon. El canto de las caracolas a la deriva de la tristeza, con una cierta melancolía y dejadez las capturaba en un cierto desconsuelo. “ Y vendrán…y vendrán las tempestades de la mentira y os rasgarán las espaldas, pesadas, livianas hacia una fosa anónima en el paso de la memoria. Y vendrán…y vendrán las llamaradas que arderán en vuestras carnes, en vuestros sentidos. Huid…huid por el amplio monte donde la espesura de las arboledas es oscuridad a quien intente tocaros. Huid..huid mujeres donde lo cierto ambula en vuestros corazones. “ Sintieron la voz del peligro, de la alerta. Inmediatamente el cielo se volvió cenizo, otra vez venía la lluvia. Ellas, las siete mujeres de los siete riscos , miraban esas nubes violentadas por el gris más embustero, por el gris más enfermo como la aldea. Sí, una aldea enferma, diezmada por el correr de los siglos y siglos, estancada en el miedo a un Dios inexistente, solo, devorador en las palabras de un cura atrofiado “ Y vendrán y vendrán los hombres y mujeres de hiel, hienas ensangrentadas del castigo impuesto” Las siete mujeres de los siete riscos abrieron los ojos cuando la lluvia temperamental aguijoneaba sus cuerpos. Las siete mujeres de los siete riscos estiraron sus brazos en forma de cruz y giraron sobre sí mismas. El océano detrás que se había vuelto de repente plomizo, revuelto, violentado por la tronadora ventolera que venía “ Y vendrán y vendrán risco arriba a vuestro encuentro, arrasando el todo, dejando la nada, el vacío ..” Callaron las caracolas y un quejido agónico se desprendió del mar, eran las ballenas en su grito incompresible del por qué, del por qué tanta sangre derramada incoherente, ilegible para ellas. Las siete mujeres de los sietes riscos se detuvieron, con sus manos a ese cielo impertinente, austero se transmitieron sus ideas, pensamientos consecuentes tras aquella llamada a la huida. ..
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