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¡Márchese¡,
calmo le dijo el abad al cura. Su aspecto es lamentable, ha perdido la razón.
Por la sangre de Cristo, nuestro Dios, ¡márchese¡ Ya tendremos un diálogo usted
y yo cuando su mente se centre, cuando se asee, cuando se limpie de un cavilar
enrarecido en lodazales que usted mismo ha creado ¡Márchese¡ ya es hora, no
quiero que los monjes lo vean así, no soy capaz de dar respuesta a su estado
caótico, destrozado, esto desfavorece a nuestra comunidad. Cúrese primero de
pensamientos nefastos y luego conversaremos. Ya pasaré por la iglesia, cuando
usted se sirva de la buena voluntad y del atemperar de su sesera. Ahora,
¡márchese¡ se lo ruego. El párroco alzo su cuerpo y con su desastrosa sotana,
pálido, mediocre, tambaleándose se fue. Salió confuso del monasterio. El abad
lo vigilaba, lo examinaba de lejos y comentó para sí mismo “ Pobre criatura nacida de las infernales patrañas del correr de los
siglos. Todavía…sí, todavía estamos atravesados por lanzas deprimentes de
juicios falsos, de ideas equivocadas que se han apoderado de su razón. Una
razón que ha extendido en cada sermón a sus feligreses” Se aproximó al
pozo, ese pozo donde el cura miraba y miraba y se arrodillaba. La lluvia fuerte
ya no era presencia, un haz de un sol otoña incidía en sus ojos claros, en su
tez madura. Miro dentro y vio reflejada la luz del día, la nitidez de su agua.
Con sus manos en forma de cuenco bebió de él, sabía que los monjes desinquietos
estaban presenciando el acto. Un acto efímero, un acto de un pequeño instante
donde el tomaba la sabiduría de la vida mientras escuchaba el arpa. Sí, el
también lo sentía y le daba gusto. La verdad se encontraba en esos siete riscos
de las siete mujeres. Un dolor hondo lo embargó. La desdicha de aquellas
mujeres, de esas siete mujeres de los siete riscos lo aprisionaba en una
impotencia. Bebió más agua de ese pozo mientras meditaba, mientras una pequeña
gracia se volcaba a su corazón ¡Qué pasaría por la mente de aquellos monjes en
su actitud¡ Se hacía como el despistado, disimulando que a sus espaldas todos
lo observaban dudosos del continuar de la jornada.
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