He dicho tantas cosas
que ya el suculento conversar con el viento entorpece mi garganta rota. Espero
el amanecer, horizonte con la plenitud de aves marinas que se aproximan a la
arena. Mis palabras se agitan y son vertebradas secuelas de un adiós, de un agotamiento
recóndito donde las profundidades de un océano me recogen. He realizado tantas
cosas que ya los ojos inconclusos sobre mesas blancas se adormecen en el
temblor de una hoja otoñal. Y el viento viene y sigo tras de él, le hablo pero
cansada abandono mis pensamientos y miro tras la ventana. El oleaje quiebra en
un sollozo lejano, ausente. El vacío muestra una playa muda, pausada, con el
aleteo sereno de su naturaleza. He vivido tantas cosas que ahora soy propuesta
a la neutralidad de los sentidos. Y el viento viene, aquí está con su traje de
hojarasca tirando y tirando de mi. Me retuerzo en su mirada blanca y renazco
otra vez. Aquí estoy, lenta, invisible, desaparecida de las vertientes del
norte.
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