Y tocaba el piano cuando la tarde daba campanadas de
muertos. Los muertos de amor, los muertos de desesperación, los muertos de
injusticia, los muertos de la rutina. Apagaba la radio y se dejaba absorber por
el teclado lentamente. Sus ojos, eclipsados, no presentaban ningún indicio de
sentimiento voraz, solo, la calma de los muertos. A veces un llanto se prestaba
por sus mejillas. Un llanto encontrado en algún lamento de muertos. Todos
estaban muertos. Solo el piano que tocaba mientras las campanadas de muertos la
enjaulaba en un vago pensamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario