Voy por las calles en un nuevo crepúsculo del día o eso
creo. No sé , cada instante, cada esquina te puede sorprender una mirada, una
mirada honda donde los ecos frágiles de mi vientre se estremecen. Pero no me
detengo o me detengo. Suspiro y dejo ir esos sueños del quizás, del tal vez. Me
amarro a una farola y disimulo la distancia o no, todo puede ser. Su sombra me
recorre proporcional a mis pisadas al vacío de la ciudad, a lo que tendré que
andar hasta llegar hasta sus ojos. Sin embargo, ahora los toco o no, los beso o
no, los acaricio con el sutil abrazo de
mis pensamientos o no. Simplemente solo queda un recuerdo, una imagen que se extinguirá
con los soles venideros. Pero yo me empecino, la pesadez de los sentidos, de
las emociones me hace vagar ausente de lo real y vertiginosamente sueño y sueño
y no dejaré de soñar. Agazapada en las luces del alba una lucha derrama febrilmente
el caos, el adiós o no. Nunca se sabe querida. Y retorno bajo mi techo, y me
siento frente una pantalla muda, esperando alguna lágrima. No, no. De sensiblería
nada. Mis párpados caen y me dejo ir.
Sí, te pienso, te instalo en mis subterráneos deseos y te amo. Nunca lo sabrás.
Basta. La reconditez del secreto produce serenidad, una tranquilidad o no. Qué
los años pasan y una aprende a no rodar hasta el caos. Bueno, atravieso la
oscura pradera de los mares y me mezo en su violento oleaje ¿Qué expresar de
esto? Siempre al final me quedo observando, examinado mis manos: extrañas,
gastadas, nutridas por el viento infértil de ti. Sí, de ti o no. Me engancho a
la sonrisa, porqué no reír de mi misma o no ¡La vida¡ ¡La vida¡ Ay la vida, tan
simple como compleja según lo hagamos.
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