El día sombrío en la vertiente de un otoño que se
aproximaba. Nubes grises jugando con la lluvia a medida que mis pisadas se
hacían hueco en la sonante acera. Voy a coger un taxi, me dije. El atasco
impertinente me hacia perecer en paciencia en la parada de la guagua. Empapada,
chorreando lo indecible levante el brazo y paré un taxi. No me fije en su
conductor o en su conductora. No sé qué decir. No sé cómo describir el-la que
me llevaba donde le dije. Su silencio se igualaba a esas horas donde la urbe
parece dormir. Yo sin más tomé conversación, el-ella no escuchaba o eso pensaba
yo. Cuando llegamos a mi destino se detuvo con un frenazo limpio, sereno. Se
viró y en sus ojos oscuros vi la entrega de mis años. No sé qué edad tendría, una
mutación de la tierra emparejada a su rostro…neutro, callado, vagando en el
sosiego. Le pagué y me quede meditando. El misterio alcanzaba mi mente. Me
sentí extraña, sumisa en una laguna de dudas. Y es que no sabía cómo describirla, describirlo.
La lluvia se había detenido. Yo tiritando y con el cimbrar de la
desorientación. No…no es que haya amor. Todo enrarecido en un ambiente aislado
a lo cotidiano. Su callar. Su calma. No sé, no era un hombre , no era una
mujer. Creo que era dual, los dos incrustados en sus ojos, en sus maneras, en
sus silencio. En una cafería próxima me introduje y pedí un café. Mi cavilar se
volcaba en la existencia humana, en lo raro, en las atmósferas que giran detrás
de otros. Llegué a la conclusión que era asexuado. Tome mi camino por la
avenida paralela a la playa, a ese mar que nos rodea ¡Qué belleza¡ me dije.
Nunca me había tropezado con un aroma así, neutro. Expandido en una sociedad
que vertiginosa cae en el cansancio, en los prejuicios ¡Qué belleza¡ La
perfección humana me dije. Sin más me paré contemplando el silbar del oleaje.
El cielo aun era cenizo. La ciudad no terminaba por despertar y yo con mis
pensamientos plasmado en una imagen delatora de las almas engendradas por la
tierra. Ni masculino, ni femenino solo el eco de los años tallando su forma, su
gravitar en las soledades de su palabra ¡Qué belleza¡ sin más los secretos que
guarda el mundo.
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