Temblor, palabras al viento. Tú de espaldas a mí. Yo de
espalda a ti. Sigo con el tintineo de tu sudor en mis espaldas. No sé lo que
sientes tu…nuestras carnes no hablan, solo silencio. Aquí estamos, no se a
donde lanzas tus ojos, tal vez a una hoja muerta de tu álbum de fotos, tal vez
un libro de antaño que ya estás cansada de leer y leer. Temblor, palabras
evaporadas. La incomodidad sin embargo no viene. Me gusta sentirte así,
callada.
Las fotos no sirven, supongo que lo estarás pensando. Solo
presta cierto aroma del ayer, un ayer concluso en el hoy. Tanto hemos cambiado
y no obstante no me molesta que estés apoyada en mi girando y girando en tu
cavilar, intentando preguntar qué pasa por mi cabeza. La nada. Solo, la nada
vaga incesantemente me escuece, me embarga en un estado de armonía al estar
apoyada en tu espalda. Así, estática, la quietud de mis manos que solo ojean
viejas estampas que no sirven de nada.
Lo viejo no sirve. El ahora. Sí, el ahora es lo que prima,
lo que conjuga con este momento de armonía. Solo escucho el mar cercano. Un mar
inagotable, plastificado en su mayor maldición pero fuerte, embellecedor de
esta habitación donde nos encontramos de espaldas, de espaldas sudorosas y
ventanas abiertas. Es julio.
El verano revienta, viene con su cálida sonrisa, con sus
nubles cenizas pero secas, con su aliento a polvo. Nuestras vidas son
paralelas, ahora fotos luego, libros después, el despuntar de la noche con su
hermosa linda y el cambio de la marea. También escucho el mar, el mar profundo,
el mar de los muertos, el mar de la sangre, el mar del dolor, el mar del
encallamiento, el mar de arrecifes blancos, el mar de la basura, el mar de los
náufragos. Pero también, no obstante, siente el mar de nuestros cuerpos cuando
se sumergen en lo hondo en la visita a su mundo, un mundo colorido, expresivo,
vivo.
Somos parte de él.
Somos parte de él.
Es julio y el mar nos invita a ser testigos de su brío, de
su nobleza, de su poder. Vamos.
Sí, vamos. Tú y yo. Yo y tú envueltas en un mismo fular de
estrellas. Paralelas a las líneas del tiempo, fugaces cuando la noche penetra
en nuestros vientres. Pero no nos miremos, no hace falta.
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