martes, junio 12, 2018

La casa vacía...


La casa vacía. Cada estancia murmurando el olor de un cuerpo que va y viene en el curso de las horas. Cubre sus ojos con algún deseo, con algunas ganas de conversar cuando la llovizna tintinea en las ventanas. La casa vacía. Su desnudez se transforma en alas muertas donde el crepúsculo del día la hace hibernación eviterna. Mira sus paredes, blancas…muy blancas con el perfume de su huella. Ella ya no tiembla, es consciente de los versos enhebrados en la nada, de un anciano piano que la llena en la lucidez del vacío. La casa vacía. Almas flotantes interrogando qué contrato ha obrado con la existencia. La casa vacía. Ella, sumergida en los huecos de sus ojos, presos de la desgana, de la ausencia.  Se ríe en su callar, en sus adentros e hila un sueño. Sueños enderezados en los vientos nortes cuando se asoma para observar la lluvia impertinente. La casa vacía. Una gata que corre incesantemente y la extrañeza de la vida, de sus singladuras  por la oscuridad.

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