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Y la noche retornaba con su
caparazón de astros difusos. Y ella se guardaba en sus cajas de cartón mirando
al firmamento.
-
Quien …quien está ahí- dijo en voz alta cuando sintió
el viento fuerte.
-
Vamos- fue la respuesta
-
¿Vamos? ¿quién eres tu?
Se sentía extraña. No veía quien
expulsaba esas sutiles palabras, solo sentía el viento, el viento…
-
Soy yo el viento, ¡es que no me sientes¡ Ando
danzando sobre ti en esta noche donde tu
dormir se hace vago, gastado, eterno. Escúchame, levántate y ven. Este no es
lugar para ti, para tus derrumbados sueños, para tu olvido.
-
No sé. No sé.
Creo que la locura me está absorbiendo. El viento me llama…me llama. Yo
aquí acurrucada en la desgana, en este
suelo frío, en este lado de la urbe que me esconde de las miradas. Y el viento
me llama…no comprendo, no entiendo el por qué.
La incesante
llamada la hizo levantar, despojarse de todos de esos cartones y mirar a su
derredor. Se sentida eclipsada, rara. Una sensación que en sus recuerdos no
cabía. La ciudad callaba. La ciudad se desalojaba. La ciudad trotante en el
nocturno. Solo la voz del viento la
recorría incesantemente. La pesadez de la nada en sus días no asumía en un
oleaje remoto que la alborotaba, que la revolvía en esa insistencia benigna o maligna del viento. Se yergue con sus ojos atizados por aliento
del alcohol. Se tambalea, una fuerza fresca acaricia su rostro y la noche sigue
ahí. Ahora no lo escucha. Piensa que es una mala broma de alguien ¿De quién?
Alguna mala alma soplando desconcierto
en su descanso. Sin embargo hay viento…
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