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En el horizonte donde
la plateada juega con sus luces acostada con las estrellas ahí , en el
desierto, gentes sin rumbo o con algún destino incierto. Buscando la costa,
lejos, para partir a una nueva civilización.
Una civilización donde los hijos de la pobreza, de la sed, del hambre,
de las guerras puedan restaurar sus vidas. Un éxodo en el estómago del
desierto, duro, cruel, nefasto. Un éxodo en las garras del océano, agresivo,
violento, egoísta. Llegarán o no tras sufrir el más deshonesto, el más aborrecible,
el más despiadado, la más asesina de las alambradas de agujas candentes en el
rechazo y la humillación. Todos, si llegan a ese lugar ansiado, serán presos de
una atmósfera que respira racismo en la totalidad de la palabra. Serán
hacinados en la cárcel del terror ante sus sueños zanjados, rejas miraran
cuando el despertar los alumbre en ese continuar prohibido. Otros, sin embargo,
dejaran sus huesos en este desierto, en esas mareas donde serán náufragos de su
cólera. Sepulturas esparcidas por todo este mundo, sepulturas de donde brotarán
sus almas olvidadas y vagarán en el desencanto, en el desconsuelo de que tal
vez …tal vez si hubieran aguantado un poco más podrían haber guarecidos a sus amigos, a sus familias en un halito de
alegría, de vida. La mujer de arena los ve pasar, triste, distraída en su mente
que la aconseja ser muralla de ellos. Solo, dejarlos o si acaso aproximarse
como enseñanza de lo que verán, de lo que les ocurrirán. Todo tiene que
cambiar, un cambio que no deje agonizar a estas almas en el abandono. Ya no
pueden dar media vuelta, no tienen techo donde calmar sus dolencias, sus
desconsuelos, sus miserias. Sopla y sopla airada, enfadada con la fatalidad sus
finales. Sopla y sopla y la mujer de arena va a por ellos, velando sus pasos lentos,
sus pasos gastados, sus pasos oxidados. Desaloja esa caravana de sufrimiento,
de un aura plomiza y los lleva donde la noche habla con la mar. Ahí, como
albatros de las aventuras del vivir, los deja para que al menos sean simiente
de otras tierras, de otros mundos. Ella se aleja y canta y canta la canción que
escuchó aquel nómada del desierto.
Y tenéis que soñar,
Soñar en el eterno
columpiar de las jornadas,
Soñar en la belleza de
vuestras manos
Rebozadas de un despertar
placentero
Donde el sol brillará
en vuestro horizonte.
Y tenéis que soñar,
Soñar en la alegría del
vivir,
Soñar en el tierno vaivén
de la brisa,
Soñar como pajarillos
entusiasmados, emocionados
Donde la luna remará en
vuestro sino.
Y tenéis que soñar y
soñar…
CONTINUARÁ
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