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Esboza su aliento la mujer de arena
en su estado de vigía ante lo que pueda ocurrir en esta esfera. Sintió pisadas.
Pisadas en ese desierto donde se hallaba aislada, meditativa, observadora. Ella
en vertical acudió a sus pensamientos, a sus recuerdos, se preguntaba si no
sería algún malhechor. Allí , en el desierto donde todo parecía estar sereno y
equilibrado. Contemplo la figura de
alguien extraño, alguien ajeno a sus visitas, alguien nómada de ese lugar
apartado de la civilización, alguien donde el dolor era impenetrable, donde el
uso de sus huellas se desvanecía en la arena. Se acercó a él y le habló con su cuerpo de
mujer.
- Es de día. Tú estás aquí apartado,
envuelto en tus ropajes azules evitando así este clima. No temas, yo y tú no
somos murallones donde el inalado desprecio es continuo en el más allá. Somos
solo dos espíritus en el intacto insuflar del viento y la soledad.
El de espaldas se viró lentamente y
la miro. Una extrañeza comenzó a palpitar en sus entrañas, una rareza de hallar
una mujer en el implacable desierto.
Estuvo largo tiempo examinándola, en su razón no cabía encontrar algo de vida
ahí. Cuando se asentó sus pensamientos
le hablo.
- Buenos días mujer- asombrado,
arropado de cierta desconfianza- ¿Estás solas? ¿Qué haces aquí?
- Por qué te de extrañar el de esta
soledad. El miedo y el temblor penetran en tus ojos y no dejas de mirarme como
si fuera una enemiga, alguien ajeno a tu ruta. Yo y este desierto somos hijos
de la sequedad, de la erosión, del agravio, del castigo durante la existencia.
- Pero aún así extraña mujer puedes
correr peligro aquí, hay muchos depredadores que pasan y se van después de hostigar
a los más vulnerables y tú , que eres mujer, estás en el más oscuro de los
peligros, en el más oscuro de los túneles que tal vez no hallen la luz jamás.
Yo acostumbrado, con mi camello a divagar por estos lares solitarios, está es
mi vida pero tu…tu, no sé, siento
desconcierto.
- Deja de mirarme. Deja que mis
ojos descansen. Allí…allí , no muy lejos hay un sitio donde palmeras datileras
y un pequeño manantial corre por sus venas podrás comer y beber algo para que
continúes. Te acompañares, como almas de la soledad caminante del mutismo y
hermetismo de éste apartado lugar.
- No entiendo. No comprendo que
haces aquí, algo me dice de un agudo dolor navega por tus manos, por tus
piernas, por tus ojos callados, por tu corazón. Seguro que no vienes con nadie ¡tanta soledad¡
-¿Tú crees que es soledad? Estamos
en la inmensidad del vacío, de la nada. Pero este vacío, esta nada me complace.
En su regazo me acoge y me siento bien. No te interrogues más. No me mires más.
Sigue tu camino, te acompañaré hasta aquel vergel y luego la despedida.
Caminaron y caminaron hasta enlazar
con aquella minúscula selva irradiante en fertilidad. Y el bebió agua, y el
comió algo. Mientras, ella, cantaba algo. Pero ese algo qué es, se preguntaba
el nómada. Aunque no entendía nada le
seguía la corriente, ¿sería un espejismo?...
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