Cuentan que giraba y giraba a la sombra de las mareas, bajo
una impoluta cumbre saciada de belleza, con su callar y solo la conversaciones de
un pinzón azul. Cuentan que estaba desnuda aunque el hermético, desafiante y
gélido estado invernal la sacudiera, la amortajara, la expulsara de su visión. Cuentan
que ella seguía con su propósito de violín roto bajo los ojos vacíos de un amor
desleído en el vacío. Solo cierto ronroneo de su respiración y después, helada,
deshidratada, seca, usurera del olvido tomaba la mano a la lluvia, a la helada,
a ese océano por el cual tendría que llegar. Cuentan que allí está todavía,
faro impertinente en el brío de una pasión, de una emoción, de un hechizo que
hila el envejecimiento. Cuentan cuando
alguien es paso el resonar de sus gemidos lo ahonda en un precipicio de una
cierta pena que lo embarca en la huída. Cuenta que sus manos son pezuñas largas
y largas, que su cabello infinito rociando toda la cumbre de blancos matices. Cuentan
que no la han visto, solo cuando el crepúsculo del día sus ojos blancos te
miran, te vigilan, te examinan y el repudio sopla para que desaparezcas de esas
tierras virginales. Cumbre intacta , estática, hermosa e inaccesible como ella.
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