Ella lo eligió así. Soltar palabras mientras echaba las
cartas ¿Dónde estará? ….donde estará el infinito astro de la buenaventura. Una
y otra vez cada movimiento, cada
barajar, cada sentencia creyente ella de su destino. Cerró ventanas. Cerró
puertas. Y en su salón de piso gastado por los años se sentó. Cogió su manojo
de cartas habitual y las echó. Siempre la misma respuesta acorde con sus
pensamientos, con su conciencia. Cada suelta la estrangulaba en una tez más
pálida, más decadente. Sus ojeras pesaban…mucho pesaban, se aproximaban a un
mundo abisal cuya entrañas la agotaba, la fatigaba. Sintió una sombra, una sombra tras de
ella. Pero ni caso hizo, seguía echando
las cartas hasta que una mano hermética, fría como plomo cayó sobre su hombro.
Se estremeció, se le antojo que sería el espíritu de la muerte que la venia a
buscarla. Pero echa continuaba echando las cartas. La muerte, si o no…no o si.
Un fuerte fuego atacó a su estómago y vomitó sobre las cartas. La mano seguía
sobre su hombro, pesada. Miró las cartas, la sangre arrojada sobre ellas, el
maldito destino la engañaba otra vez ¡basta¡ escuchó y se levantó. No había
nadie. Abrió puertas. Abrió ventanas. La noche sin luna y las cartas manchadas
de rojo intenso por la fuerte brisa se esparcieron en la pérdida. Primero un
disgusto. Segundo un asombro. Tercero la nada. Afligida miraba todo su
derredor, toda su existencia. Intento retroceder no se hacía donde. Daba marcha
atrás al compás que su quejido engendro una luz azul. La luz de la tumba, ella
misma la había cavado año tras año. Se dejo ir en el mecer de unas cortinas por
la brisa fuerte. Ella lo eligió así. Las
cartas se perdían en el sentido del callar, de palabras consumidas a ras de sus
ojos apagados. Se asomo en la ventana,
la noche cerrada traspasada por la fuerte brisa emitía no sé qué quejido de
algún viejo árbol. Y vio esa luz fúnebre, ahora que estaba gastada, arrugada en
lo frío del aliento nocturno. Todo había terminado, sus viejas cartas en no
sabe dónde, sus anhelos perdidos en un precipicio de desorientación. Abrió la
puerta que daba a la calle y salió. Con su camisón gris, con sus sueños grises.
Se desprendió de él. Al día siguiente encontraron su cuerpo desnudo bajo un
árbol chirriante ante la brisa fuerte , en la mano, unas cartas.
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