Corría y corría a través de la soledad de las calles en la
madrugada. Se dirigía al oleaje bruto
que la llamaba…la llamaba. Sudorosa llegó a la orilla. Una marea oscura con lo
violento de las olas provocadas por un viento de navajas que se deslizaban en
su rostro. Ella sentía que la llamaba y
la llamaba. Penetrar en ese mundo desconocido o quedarse en esa orilla observando su actitud tosca.
Pero la llamaba y la llamaba. Se introdujo con los ojos cerrados, noche de luna
desahuciada, noche de constelaciones perfectas, noche de silencios, noche con
el grito grave del océano. Desapareció por unos momentos, unos momentos que
giraban hasta el crepúsculo de la
mañana. Ahí está, seca, con su vientre abultado, desnuda. Se miro su estómago y
de repente rompió aguas ¡Qué será¡ ¡Qué será lo que llevo dentro¡ No sintió dolor
mientras el océano ahora sereno la llamaba de nuevo. Entre sus piernas se deslizó
algo, no había sangre, no había alguna señal de lo que pudiera ser. El océano
callo y de una especie de ave se movía torpemente por la arena. Sus ojos al
principio llorosos en la pena por de su podrá o no volar. Sus ojos luego luminosos,
alegres cuanto está se emancipo de ella, del oleaje calmo en un vuelo. En un vuelo lleno de brío, de
belleza. Revoleo alrededor de ella, de las mareas y se hizo invisible a medida
que se alejaba. Retornó bajo su techo
pensativa, conforme con el mensaje de esta detrás de la frontera. Todo tiene un
final, se ha visto muchas veces en la historia de los grandes imperios. Todo
tiene un comienzo detrás de la frontera, una frontera de náufragos y rostros muertos.
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