Y tengo piedras en los bolsillos de mi pantalón liso. Y
tengo piernas que me hacen avanzar hasta el pico más alto. Y tengo sentimientos
abordando cada pisada, cada respiración
en sentido concéntrico al ayer. Y tengo ganas…sí, muchas ganas de
llegar. Y tengo piedras en los bolsillos de mi pantalón, piedras donde e
inscrito cada suspiro desvanecido, burbujeante en el paso del tiempo. Y parezco
llegar a la cima, el pico más alto donde las aves se revuelven en su
existencia, en el elixir de la vida libre, muy libres. Y ya estoy, aquí, en el
pico más alto con mis piedras en el bolsillo. Me desprendo de ellas. Y caen en
el vacío, en el oleaje bajo esta cima. Un oleaje calmo o violento, no distingo,
pero me es lo mismo. Y miro está bóveda celeste que me alumbra. Y cierro los
ojos. Y los pinares ya no están muy
lejos. Y yo puedo también caer, caer ese vacío donde la nada de las mareas
gastará y llevará al fondo esas piedras. Y me siento bien, una felicidad
cautivante que me aísla por unos instantes del tremor de la Urbe. Y meto las
manos en los bolsillos de mi pantalón liso. Y doy la vuelta regresando al país
de lo incierto. Y, no sé , me acurruco en un sendero anciano bajo un paisaje
que van variando su tonalidad mientras desciendo. Y siento que me desdoblo,
cierta parte de mi se ha ido en las profundidades del océano y otra regresa
para el comienzo, el comienzo de unas manos fuera de los bolsillos de mi
pantalón liso.
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