La tierra está húmeda, su fragor caricia sus ojos que desde
la ventana la mira. Una tierra entregada al cultivo, a la limpieza y cuidado
diario de sus hijos. Ella lleva
pantalones vaqueros y un móvil que según en lugar que esté tendrá cobertura.
Tal vez la llamen. ..un tal vez extenso, obeso en el paso de los soles. Es
temprano y con la fresca deja su ventana y se adentra en lo que sus manos han
sembrado. Todo perfecto, todo envuelto en una atmósfera que la hace crecer
aunque su soledad le habla y le habla. Ella escucha, desperdicio de años en su
rutina, en sus sentidos orientados a una espera absurda, obsoleta. Se agacha y
con sus dedos de manera sutil toca un tomate recién venido, verde, pequeño pero
fuerte, con ganas de crecer y crecer hasta que su tonalidad varíe. Ella se ríe.
Se yerta, coge unas tijeras de podar y poda algunas parras que posee. Hace
frío, mucho frío. Este año se vaticina una cosecha será buena. La savia se
detendrá y después vendrá más potente. Un efecto invernal, un efecto invernal
que le afecta a ella largamente. Esto es todo, se dice. Todo lo que tengo,
fruto de mis manos. Mis manos ásperas, mis manos estropeadas, cortadas. La tierra está húmeda…la caricia como madre
de ella, como hija de ella. Deja las parras y da media vuelta, mira sus
tierras. Exuberante rito de la labor
jornada tras jornada. Ve unas malas hierbas alrededor de sus cebollas, las
arranca como si con ello las dejara respirar. Esto es el todo, se dice. Regresa
a la casa. Se hace café y lo bebe mientras desde la ventana observa todo lo que
posee. Se ríe. No sabe por qué le entra ganas de bailar. Se aleja del trinar de
los pájaros y pone algo de música, se descalza y sola da unos pasos con su taza
de café, con sus ojos en sus tierras desde la ventana.
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