viernes, marzo 16, 2018

La tierra...


La tierra está húmeda, su fragor caricia sus ojos que desde la ventana la mira. Una tierra entregada al cultivo, a la limpieza y cuidado diario de sus hijos.  Ella lleva pantalones vaqueros y un móvil que según en lugar que esté tendrá cobertura. Tal vez la llamen. ..un tal vez extenso, obeso en el paso de los soles. Es temprano y con la fresca deja su ventana y se adentra en lo que sus manos han sembrado. Todo perfecto, todo envuelto en una atmósfera que la hace crecer aunque su soledad le habla y le habla. Ella escucha, desperdicio de años en su rutina, en sus sentidos orientados a una espera absurda, obsoleta. Se agacha y con sus dedos de manera sutil toca un tomate recién venido, verde, pequeño pero fuerte, con ganas de crecer y crecer hasta que su tonalidad varíe. Ella se ríe. Se yerta, coge unas tijeras de podar y poda algunas parras que posee. Hace frío, mucho frío. Este año se vaticina una cosecha será buena. La savia se detendrá y después vendrá más potente. Un efecto invernal, un efecto invernal que le afecta a ella largamente. Esto es todo, se dice. Todo lo que tengo, fruto de mis manos. Mis manos ásperas, mis manos estropeadas, cortadas.  La tierra está húmeda…la caricia como madre de ella, como hija de ella. Deja las parras y da media vuelta, mira sus tierras. Exuberante rito  de la labor jornada tras jornada. Ve unas malas hierbas alrededor de sus cebollas, las arranca como si con ello las dejara respirar. Esto es el todo, se dice. Regresa a la casa. Se hace café y lo bebe mientras desde la ventana observa todo lo que posee. Se ríe. No sabe por qué le entra ganas de bailar. Se aleja del trinar de los pájaros y pone algo de música, se descalza y sola da unos pasos con su taza de café, con sus ojos en sus tierras desde la ventana.

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