Sí, porque te da la gana. Invierno. Te desnudas ante un mar
revuelto, violento y le echas cara. Lo miras fijamente y tus piernas te llevan
hacía él, hasta sus entrañas. Apareces
poco tiempo después: intacta, renovada, mojada, con alguna que otra herida. Y te da lo mismo.
Siento temor…temor a tu valentía, a tu impulso brutal contra corriente. Sonrío
o eso parezco. No, no tiene gracia. No hay nadie. Solo tú y yo y las olas. Estas
olas que parecen cantar desesperadas, ansiosas a los ahogados. Te vas. Regresas bajo tu techo donde las
raíces del aliento te calman. Has entregado tu cuerpo a las algas y caracolas.
Así eres. Estás feliz. Te sientas en un sillón desfondado y pones un disco. La
música te hace cerrar los ojos. Viajas lejos, muy lejos…tanto…que no te puedo
alcanzar. Tu cuerpo húmedo y frío tiembla al son de una melodía repetitiva,
memorizada en tus carnes hasta que te duermes.
El miedo espanta tu confianza. Acaso, no te fías de mí. No
me va a pasar de nada, solo si la fatiga me golpea. Hoy me encuentro entera,
masa carnosa que se desvive en este oleaje intenso, brutal. Tomo la calma y me
dejo ir. No me voy aún bajo tierra. Regreso. Invierno. Me sigues con la mirada
inquieta, pero no dices nada. Me desplomo en el sillón y siento la armonía de
mis emociones. Mis ojos se eclipsan en el gélido ambiente y la música ¡Ay la
música¡ coges una manta y me cubres, crees que duermo. No, no. Estoy vigilándote,
cada paso que das por el pasillo en un ir y venir de preocupación, de
mortificación por mi me hace gracia. Sí, eres graciosa, no comprendes aun mi
naturaleza. Necesitaba ese baño. Limpiarme de todo mal en el jardín de las
ballenas. No voy a conversar. No tengo ganas, quizás, cuando despierte. La luz
nos dará calidez, la luz de los días que continuamos en equilibrio. Ahora
descansaré.
Paso hojas de un viejo libro, su lectura es repetitiva pero
absorbente. No me cansa. Ella duerme. Pongo mi oreja en su pecho y siento la
pausa de la tranquilidad. Me aquieto, me introduzco en cada párrafo, para mi
perfecto para suspirar. Es como el amor. Ese inquietante brío seduciendo cada
jornada, cada instante. En el narra las vivencias de una partera en la edad
media, una partera arrincona en un boscaje secreto y misterioso. Donde no sea
descubierta. Una partera que con sus hierbas y aguas y a medida de la luna
llena iba al encuentro de la criatura que tenía nacer. Todos en la noche de
luna, cuando los lobos aullaban a su poderío y le hacían compañía por el
peligroso y desconocido boscaje. Después desaparecía, como si viniera de la
nada. Duerme. Invierno. El día oscurece y la música sigue palpitando, exhalando
la serenidad. Me aproximo a su pecho y sus latidos andan aún en la calma. El
sueño viene, viene con su baile de astros.
Se duerme con su libro favorito sobre su vientre ¿Qué
soñará? Hace frío. Me levanto y me pongo un pijama, me acurruco al lado de
ella. Mis manos frías se posan sobre las de ella, desprenden tibieza, una
energía induciéndome a ser estática mientras la música suena.
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