Rompiendo los túneles donde la luz no tiene cabida. Guardando
en un viejo baúl cartas rotas de un ayer, de unos amores pasajero en tiempo que
los relojes marcaban los latidos. Titubeando frente un espejo, se acaricia su
rostro pálido, envejecido, decaído pero vital. Y sus manos…sus manos frágiles, delgadas, arrimada a las vivencias en el tacto de los
años. Sonríe. Sí, sonríe a todos aquellos, a todas aquellas que han venerado su
cuerpo ahora desnudo, flácido pero a la vez aún emocionante cuando el buen hacer
de las miradas se convierte en pasión. Y
todavía se deja ir aunque el cansancio la arranque de su verticalidad del ayer.
Ahí el ayer…su espíritu aun intacto a través de sus huellas viene a buscarla. Y
ella, va con él. Las estaciones se detienen, el árbol que asoma a su ventana le
habla, conversa en el verde resonar de su respiración, de su continuar. Sí,
continuar hasta la hora del nicho, de cipreses avisando añejos cuervos. La cuestión que ahora no tiene espera, no se
quedará mirando una figura de la nada. La noche viene, ella sale. El silencio la acoge aunque existe un viento
invernal que perfila sus mejillas. Ya no
se detiene, no vale la pena. A medida
que sus pasos se extienden por la ciudad su corazón se agranda, se engarza a
una luna llena. No sabe por qué siempre la ha amado. Dice que le da suerte en
su búsqueda del amigo, de la amiga que hará sobresaltar sus sentidos. No pasa
nada si no halla compañía, bajo su techo se liará a su edredón y soñará. Leerá algún libro repetido y se acogerá a un
suspiro de emoción. Medita. No hay tristeza, tal vez, una pizca de nostalgia.
Una nostalgia que la lleva a sus acciones pasadas. Sabe de su celeridad es más
torpe ahora, más apagada pero en ella se prende la ilusión, las ganas de
germinar vida. La música. Ya entre sus paredes escucha una melodía, la repite
una y otra vez y se erige hacía ese viejo baúl de cartas rotas de un ayer. No
se arrepiente de hacerlas añicos. No quiere que quede rastro por lo que amo,
por lo que sufrió. Será mejor quemarlas, se dice. Va hasta la cocina y coge un cubo de aluminio,
un pequeño cubo donde siempre hay siemprevivas. Introduce las cartas rotas poco
y poco y las va quemando. Al final cenizas. Todos seremos cenizas. La madrugada
la alcanza, siente una gata en celo. Se aproxima a la ventana, ya ha terminado.
Le da gracias a la vida por todo lo que lleva sobre sus hombros y que ahora no
es más que cenizas. Y mañana ¿qué será de ella? ¿quién vendrá?...y la luna
sigue ahí. Sí, ahí, recordando que la existencia no ha terminado. Sus manos serán envueltas con nuevas
flores, con nuevas historias de final
quieto. Coge el cubo de aluminio con todas las cenizas y las echa en el viejo
baúl. Lo cierra…lo clausura pero no se despide, ella sabe del aroma de cada
carta de cada amante. Sonríe. Sí , sonríe como si hubiera vuelto a nacer. Su
pelo cano, sus arrugas. Se enorgullece de sus travesías por besos alentados por
la verdad, por la paz. Ella es natural, hija de los mares que cubren esta isla.
Es como las olas, viene y va, va y viene. Libre…
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