Se le antojaba ser como el cosmos, con la negritud y el brío
lejano de algún astro. Las olas también cuando la luna se escondía ser
chispeantes rupturas en la orilla de lo negro. Hoy no quería mirarse al espejo,
le apetecía o más bien le daba la gana de quedarse en la cama. Las noches no
eran las de antes donde el silencio era coro de grillos. Ahora, la
contaminación andante del ruido la hacía escaparse entre sus sábanas, bajo un
edredón anciano como ella. Ya estaba cansada, tan harta del latido confuso de
sus pasos que aupada por la memoria que se iba y la independencia eclipsada que su espalda dijo adiós. Espaldas mojadas por un frío fúnebre, por una
brisa que penetraba por los cristales rotos de su ventana. Aun así, se le antojó
mirarse por última vez. Y qué puede ver esta vieja mujer a través del espejo…un
pasado floreciente en vida, un pasado condicionado por sus manos verticales a
la respiración de los vientos, un pasado envuelto en una sonrisa. Sonrisa ida,
sonrisa ahora perforando su rostro, yermo, abatido. Y cerró los ojos, y apretó
los puños, y se destapó…así con su camisón de flores negras dejo que la muerte la
embriagada como fértil paseo al descanso. Sí, ya había sido suficiente, no
podía quejarse. Ahora, sola, antes de
ser uso indebido de sus deseos, de sus sueños se fue. Adónde, no lo sé….solo el tic-tac, tic-tac de
su reloj y ese espejo sucio diría de su alma ausente, de su cuerpo presente.
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