Desnuda, desprendida de toda prenda y objeto que la
cubriera. Una jaula de cristal, de
cristal transparente como su alma. Ella, encerrada, atrapada en el porvenir de
sus deseos. Acariciaba cada barrote como tersa tela que la abrigara. Pero ya
esta extasiada, cansada de posar en su vida ahí dentro, lejana del calor
humano. Cierto día de atmósfera enrarecida por la arena del más allá de sus
fronteras, por el asfixiante eco del sudor descubrió un agujero. Un agujero en
su jaula de cristal. Por allí iban saliendo diminutos personajes que el
contaban, que le narraban de lo que había perdido, de lo que existía detrás de
esos barrotes. Personajes azules, verdes, amarillos, rojos con el
gozo
sobrenatural de la magia. Ella los miraba, sobrecogida, con el anzuelo
ya en su sed. Intento erguirse pero no pudo, aquella jaula de cristal era muy
baja. Intentó alarga sus brazos
pero no pudo, era tan estrecha que aquello la alejo en una sonrisa
retorcida de lágrimas fatigosas. Los
diminutos seres desaparecieron, invisible espíritu que se alegra, que fuerza la
caída. Se miro sus manos, ahí, agachada en su jaula de cristal y la vejez se
revolcaba ante su sonrisa amarga. Ya no
había tiempo para la huída, no había salida. Entonces, se durmió y soñó y soñó
con batallas susurrantes en el fin, en la conformidad de su corazón a lo largo
de los años pasado. Una lágrima caía por su tez. Sus ojos cerrados, sus manos oprimidas en la
magia de barrotes idos en el más allá del horizonte, de las fronteras…inexistentes,
todos bajo un mismo firmamento.
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