Llegas en la noche más oscuras donde los nubarrones se han
ido. Ahora, estrellas consolando el abatido andar de tu cavilar. Un pensamiento
resacado en la verdad del ayer. Pero aquí estás, callado. Examinando lo de tu
derredor como frontera tangible a tus deseos. Avanzas, lento, con tu cuerpo eco de tu
yo. Ojeras invisibles bajo la vestimenta de un arco iris que te hace sonreír.
Vienes, por el camino de los puentes de los sueños para quedarte, aquí, en la
isla. Ya ves, nada ha cambiado, solo la celeridad de nuestras pisadas detrás de
murallones que ya no permite la ensoñación. Pero, vienes, bajo la techumbre de
la existencia. Estás cansado de nutrirte de atmósferas austeras, de un ambiente
donde tus manos se tornan al dolor, al desuso de lo que te motiva. No te diré
nada, solo, bienvenido donde los ojos te vieron nacer. Sí, yo, tu madre.
Anhelaba tanto este momento. Espero que no sea fugaz. Vivamos aunque yo ya soy
vieja en la memoria del hoy el abrazo, lo exquisito de la vida. Yo, tu madre,
manos desencajadas en la suavidad, pero aun así tersas para ti. Sí, para ti. Latidos
enérgicos perdurables en el tiempo. No quiero que me cuentes nada…para qué.
Siempre igual, cruce de miradas nutridas en los astros que ahora nos alumbra.
Anda, vete a descansar, ya es tarde. No, no puedo remediar el dictar estas
palabras sobre ti. Sí, yo, tu madre.
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