La noche con la media luna
distante llegaba, parecía mecer los sueños utópicos que todo humano disemina a
ras del cansancio. Pero no, no todos duermen. Septiembre enaltecido por el
calor tardío viene a complacer los danzantes en el derredor de hogueras
sedientas de paz. Se desnudan en la orilla de una playa donde el ronroneo de
las olas es sutil, solo percibido quien ama al gran y bello océano. Toman sus
antorchas e ingieren del aliento nocturno el sudor para continuar con el ritmo
cierto y puro de los corazones colgantes en la verdad. Llaman al humo, que
ascendente, es olor que los impregna de fuerza. Y sigue la danza, unen sus
manos castigadas por la humedad, castigadas por el trabajosa jornada para
llegar a su fin. Deseos vuelan a ras de sus ojos, abiertos, alegres en la
reunión del sueño. Y sigue la danza con manos unidas que se mezcla con el humo y desaparecen. Luz en el aire transportándose a la catedral del universo. Se
hace silencio, se para la danza y las manos homogéneamente son transferencia
del benevolente vuelo de las emociones. Así, cada noche cuando la luna
menguante es pulso de la sombra que amarra las vidas en la felicidad.
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