domingo, septiembre 24, 2017

Cuerpos...

Los cuerpos huyen como si el demonio los quisiera tragar.  La peste de las llamaradas han llegado al monte. Un monte donde la pinocha hace que se encrudezca más y más. Vacas, cabras, gallinas, perros pintados de un negro muerte, tiesos, estáticos ante el miedo impredecible del error humano. Esto no se acaba, desesperados, lamiendo el ahogamiento la fuga se hace mortal. Y sigue y sigue ese veneno alentado por un viento calcinando puertas, techos. Sus estragos aberrantes penetran por cualquier orificio. No, no hay escapatoria. Cenizas y un quejido agónico comanda esta tierra.  Oraciones, rosarios, dioses abarcan el grito enramado en los presentes. Un grito de llanto, del penar ahora por largo años ¡El monte arde¡ y ahí viene el potente dios de la lluvia…¿qué hacías escondido? Se pregunta los desparramados en el dolor, en el miedo. Almas sumisa en un ruego, en un sudor del inframundo agotando sus fuerzas, su ánimo ante los colmillos de un hedor insoportable. Sobre sus memorias vagará perpetuamente este sufrimiento, este alocado fuego que no responde a sus súplicas ¡detente¡ Y llueve, y el ser humano auxilia a quien puede, a cada esperanza de vida para el continuar del mañana. 

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