La calima no cesa. Ella anda ante un edificio. El portero
barriendo y barriendo el infinito de la arena.
Por quién preguntas, me digo. No, no está…hace tiempo que se
ha ido, las horas cinceladas en su pecho ante el llanto alargó su mano y se la
llevó. No insista señora, ya no está. Ha llegado tarde, como siempre…
No, no he llegado tarde. Ayer hablé con ella. Escuché su voz
entremezclada con una cierta alegría, una euforia que no era normal. Por ello
estoy aquí. Déjeme pasar.
Qué dice usted, ella ayer no estaba aquí. Ni ayer, ni antes
de ayer, hace estaciones que se fue ¿Es que no se enteró? No sé con quien
habló, pero usted sufre el mal de la imaginación. Quizás fue un sueño, un sueño
burlesco que la ha traído hasta aquí.
No logró entender. Le aseguro que era ella, su voz…sí, era
ella. No sé por qué me miente. Quiero subir, tocar su puerta…y abrazarla. Sí,
eso es lo que haré. Y usted, como portero, no debe impedírmelo.
¿Subir? Ella está muerta, es qué usted no lee la prensa, es
que usted no fue al duelo, es que usted que su cuerpo está ahora en una fosa
donde los cipreses corean la angustias de sus años. No, no se da cuenta.
¡Muerte¡ Por qué me habla así. No hay muerte, solo la
existencia de un alma apagada que se ha ido. Sí, fui a su entierro. Pero no era
ella. No sé cómo explicarme, era la conversación de las desastradas agujas del
mal con sus pisadas. Ahora vengo y permítame usted subir. No quiero seguir
discutiendo. Su alma, su espíritu no descansa…negra semilla bajo su techo, el
todo está alojado entre las paredes de su techo. Un temblor penetra en mi
estómago y la siento, cerca…muy cerca. Vengo a poner flores en el lugar que
pereció, en el lugar que las garras destructivas la vaciaron de este mundo, de
este ahora.
Y el
pálido, y el incrédulo, y el la deja pasar.
Duerme y duerme en la eternidad de alas nutriéndose de tu
alma. Sé que estás aquí. La casa aun huele a ti. Tus movimientos son sutiles
nubes que no distinguimos pero sigues entre estas paredes blancas. Descansa y
descansa en la luz de una nueva vida, ausente aun para mí pero, para otras,
lugar de pasillos colgantes en la paz y la libertad. Se han marchado después de
la demoniaca hoz en sus ojos. Todavía queda el llanto. Aquí deposito estas
flores cortadas estas mañanas de un jardín cualquiera de esta ciudad. No las
escucharon solo, callaron.
Y se va, y baja la
escalera. El portero sigue con su tarea.
La calima aprieta más y más. A ella le da lo mismo. Camina y camina
hasta su pulso se pierde, se pierde en la impotencia de un ayer, de muchos
ayeres.
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