Estaba tocando el piano. Mientras los perros y gallos
alborotaban el amanecer con cierta exquisitez. El viaje no había sido largo,
veinte minutos en guaguas desde los adentros a las afuera de la ciudad. Sola,
con mis pequeños poemas y el beso de las teclas en mis dedos. Solos, surcando
con los ojos eclipsados en algún pensamiento. Solo, el piano y yo. Diminutos
instantes donde sopla el equilibrio, la calma ausente en la devastadora figura
de espectros arrasando los huidos. Tocaba y tocaba, pulsaba cada nota en la
aventura del corazón atado en la obertura de la vida, de la paz. Perros y
gallos continuaban en refrescar el despertar aforado del continuar. De
continuar con las alas quietas, en el reposo de espíritus danzantes en la ida.
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