Vamos, los sucesos cotidianos lo estancaban sobra las
manecillas de un reloj. Sin embargo decía vamos, no sé a quien, a el mismo tal
vez.
Vamos, tenemos que andar las planicies de la verde hierba que emergen a mis
ojeras. El cansancio lo arrastraba en un columpio de ortigas. No, no se atrevía
a moverse en el aroma de una primavera ahogada. Vamos, se decía. Se obligaba contundente
a la verticalidad de sus alas. Desorientado, miraba su muñeca, no sabía a dónde
ir. Oprimido por sus paredes era estática mirada en el infinito del universo. Los
ayeres le retorcían la memoria dando a luz su sombra. Vamos, se decía él en el
recuerdo cierto de una imagen que lo enamoró y la dejó pasar y pasar hasta el
olvido. Ahora venía, entera, comiéndose algún helado ante él. La acaricio, se
arrimó bajo las máscaras de su pasado y voló. Sí, danzó un vuelo enfermizo
hasta el ataúd en espera de su nicho.
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