Pálido, huesos rotos tras los años. Su cadáver ambulaba
entre los mares, derrotado, cansado de tanto vagar y vagar. Ya sus ojos eran
señal del cambio de las mareas. Una lluvia vespertina lo inducia al olvido.
Agarrado a la superficie su vacío acumulaba la ansía diversidad del ayer. La
acidez de la vida le decía adiós, sustraído de las naves del mañana suspiraba
cada vez que gélidos pedazos de hielo aplastaban su armonía. Meditaba en la
generación que le sucedería, triste, escuálido se agarraba al todo del vacío,
de la ignorancia en el ahora. Olas cristalizadas en unas esferas pérdida de la
conciencia. Ya, muerto, conquistado por agresivos peces que los acompañaban iban
a la deriva, playas vacías emergiendo en la fetidez de ellos, de las manos
idas.
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