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Sirenas y más sirenas en
la oquedad del mutismo. Llueve, una lluvia liviana que nos alza en el rincón de
la celeridad por llegar a ese océano donde el bello mundo abisal y extraño se
mece. Sirenas y sirenas, no me imagino a nadie con este tiempo en la playa.
Pero si, allí se erigen las luces. Sonatas penosas de un violín rajado se
mezclan en el aullido de estos coches. Aprisa, aprisa van a orilla.
Algún ahogado. Anne se difumina, se asusta, se siente vagar por pasadizos de
clavos hirvientes en su sien. Teme lo peor. Tomamos la celeridad de su mano
despegada ahora de mí y corre y corre a la playa. Fangos la recorren. Llega a
la orilla, se detiene. Mira atrás a mi…a mí. Me paro. No sé qué hacer. Sus ojos
remotos se tornan lacrimosos, sus ojos azules se muestran desplazados donde los
precipicios nos empujan a la nada. Glaciales desplomándose sobre mis piernas
hastiadas, cansadas…muy cansadas. Todo
ha acabado. Siento el chillar de niños que también andan en el lugar. Llueve,
una lluvia de hiel sobre los hombros de la fragilidad. Cae de rodillas sobre
ese cuerpo inerte, cuerpo de ataúdes danzantes en arenas movedizas. La siento
desplegar sus alas deshilachadas en el pasado ¿Qué pasado? Ayer, todos estos
años. Su amigo, su cómplice se marcha. Le da la espalda en las tormentosas
quiebras de sus cimientos. Ven…ven Anne ¡ay Anne¡ Mi querida de Anne, anudado a
los deseos del alma se ha ido.Ven...ven Anne ¡Ay Anne¡ Solas bajo un techo donde el temblor de
la memoria te hará estrangular el paso de las horas. Ya descansa, es su decisión.
Por qué no, Anne. Llueve. Estamos mojadas. Ella viene con la cabeza baja, con
sus ojos pisando una arena donde se hunde sus sentidos. Me coge de la mano y me
dice, volvemos a casa. Tal vez hoy sea una noche clara, veremos la estrella
fugaz que entre ballenas azules lo llevará lejos, muy lejos. Donde el
sufrimiento no tiene cabida. De su mano deja caer una nota: Adiós Anne, querida
Anne.
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