Ando eclipsado en esta
diminuta ciudad. Mis pisadas invernales me llevan lejos de ese modesto hotel.
Conmigo mi maleta, mis poemas. Hoy jornada de domingo, visita desahuciada de
las gentes, de las miradas. No sé a dónde ir. Solo sé la necesidad de algún
sitio para sentarme. Mi techo es este cielo azulado, pincelado por algunas
nubes blancas. Iré algún parque y allí
esperaré a mañana. Presiento que mi memoria se adolece, se enquista en la
desorientación. Espero que todo esto no
sea más que pasajero. Desagrado a
depender de alguien mientras mis cimientos se ofuscan. Ahí el gran parque
vigilante del océano. Necesito recuperar fuerzas y penetro en el hasta hallar
un banco. Saco mi libreta, esta libreta donde se erige todas mis sensaciones.
Arboledas.
Sombras.
Escombros de una
aurora,
Donde el retorcer de
mis manos
Caen en el vertiginoso
duelo
De la desmemoria.
Dolor.
Angustia.
Espíritus abatidos
Disciernen en mi vasto
paso
Convergiendo con la
duda,
Desparramando el todo
De mi existencia.
Ojos
Perdida
Llamas enganchando
En el carruaje de los
sueños caídos
Bajo las ciénagas del
desdén,
Del desinterés de mis
piernas, manos
En los bosques
perpetuos a la quema.
Cansado.
Apagado.
Me siento fallecer
En las mareas remotas
de un nombre
Que viene a mí
Con la brutalidad de
alas rotas.
Levanto la vista y
delante de mí, de espaldas, una pareja con sus hijos. El hombre por su postura
me parece conocido. No sé, en algún encuentro fortuito de esta ciudad. Lo miro.
Solo su espalda me es familiar, de qué será…por unos momentos me despisto he
intento recordar pero mi cabeza anda en los riscos obstinados al olvido. Me
alzo, despacito me dirijo a ellos sin misión de entorpecer la contemplación del
mar. Quiero saber quién, quién en mi pasado me dibujo esa figura familiar. Brotar
en el sentido del espesor de una esperanza. Tengo que hacer algo. No puedo fallar
así en los fotogramas pasados. Pero no logro a medida que avanzo y me aproximo
a reconocerlo. Todavía no es grave pero
hay síntomas de que mi memoria se borra y solo estoy. Me aislaré en el encierro
de mi ser, vagaré en la decadencia hasta culminar mis días. No quiero que me
vean así, en el duermevela de mi mente, en el despreciable parar de mis
ilusiones. Este será el último libro, un poemario que no lucirá ante mí. Todo
depende de las prisas del editor. Espero que no sea demasiado tarde. Sí, cuando
yo aparcado en una silla y mis ojos miren la nada del ayer, del hoy ante ellos.
Tengo fría las manos, un cierto soplo gélido y maléfico aplasta mis pisadas. Me
detengo tras de ellos y miro como mira un niño una golosina. Una familia
creciente en la gratitud a la vida. Pequeñas cosas ennobleciendo su amor, sus
cadenas a ras de un océano invisible para mí. Antes de fugarme en el silencio quería
decírselo a ella…¡Ay Anne¡ Si supieras…Acá aislado, balanceándome en la duda, con
destino incierto, orbitando bajo lágrimas. De ella si tengo la imagen. No lo
entiendo. Serán los años cuales convivimos juntos. Será los daños causados en
los secretos del alma. Pongo mi mano sobre su hombro, el se vira. Hay rareza en
sus ojos verdes pero me reconoce, creo yo...
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