Ha vuelto, me habla y
habla. Yo aquí resignada cociendo un vuelto de pantalón de él. Coge a los niños
y se va. Me detengo por un momento y después cruzo esa puerta y escaleras abajo
los sigo. Quiero ir con ellos. Los alcanzaré y unidos iremos a ese parque donde
los niños puedan jugar mientras
meditamos en la llanura franca de un océano quieto. Ya estoy al lado de
ellos. El serio pero se de esa emoción después de una discusión terminada en
buenos vientos. Aunamos nuestra energía, despacito entramos en ese paraje donde
arboles de no sé dónde y cascadas artificiales embelesa a los viandantes.
Dejamos a los niños y nos sentamos de espaldas mirando el mar. Ese mar
emancipado de nuestros quebrantos, de nuestros apuros. Sencillamente lo bello
caricia nuestras pupilas en el sentido angosto de esta ínsula. No sé lo que
sería de mi si viviera lejos de él, de este minúsculo trozo de tierra en la
inmensidad del océano. Estaría rota, oxidada, cargando añejas cadenas condenada
a la desidia, a la dejadez. Sí, te necesito. Abráceme con tus estrellas marinas
y caracolas. Dame de aquello que carezco. Nos perdemos en toda su amplitud, en
todo su afable fragancia. Me gusta, me gusta su olor. Sal y algas cabalgando en
su inmersión en los viejos barcos. Mis
hijos vienen, se sientan con nosotros y me digo que estarán pensando en vernos
juntos…hace tanto tiempo…Felicidad, amor, compasión describen sus ojos y se
quedan al lado nuestro, callados, disfrutando de la perfección de este mundo.
Galopo en sus destinos, todo está tan mal. Violentos espíritus succionando de
este globo. Nos matamos, nos herimos, nos odiamos. Todos…si, todos. Un gato
escuálido y gris pasa ante nosotros, los niños lo señalan y ríen. Les hace
gracia. En el allí y ahora, más allá del horizonte, pueblos horrorizados por
bombardeos, inocentes que no se pueden
defender del exterminio que se lleva a cabo. Ellos no se dan cuentan pero él sí
, me limpia una lágrima. Ay esta tierra,
sometida a la nada. Y buscamos y buscamos en otros misterios del universo. Qué
idiotas somos. Sanar todas las heridas, todas las cicatrices, todas las
carencias de este planeta…este planeta llamado azul, llamado tierra. Bosques
ennoblecidos algún día se irán y nosotros no más que seremos cenizas sobre un
mar difunto, sobre una esfera llameante de vacío. El mañana...el mañana de mis
hijos. Juro ser vertical, asomarme contra los vendavales de la anti prosperidad
e ir por delante de todos los rastros no valerosos en el resurgir de sus
destinos. El mañana…el mañana de mis hijos. Yo y mi marido nos marcharemos
entre cenizas proyectadas al universo y ellos se valdrán autónomamente con el
devenir serpenteante de sus huellas. Baja más y más la marea. Iremos a la
orilla y allí con nuestros pies descalzos chapotearemos nuestra unión, nuestro
compromiso a lo largo de los años, dure lo que dure.
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