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Y de golpe la luz
incide en este taxi. Voy a mi casa. Hoy no veré a mis hijos antes de irse a la
escuela. Me da lástima, una especie impotencia que me abate. No, no los veos.
Estúpido trabajo. Estúpidas mujeres. A quien se le ocurre ir a la cumbre a tan
precoces horas. La bajada ha sido dura. Serpentear por estas carreteras ya con
la radio apagada y dando bocinazos. O duermen o no están cuando llego. Niños
sin padre me considero yo. Solo su madre es vertical educación en ellos. Extrañas
mujeres. Para que concurrir con el final del invierno en esas alturas. Serían
amantes. No es que tenga prejuicios, pero se me hace raro que dos mujeres sean
nido del amor. Había algo que no me gustaba en ellas, era como si fueran huída
acelerada. Por qué huir. No entiendo. Cada uno es como es aunque parezca
contradictorio a nuestras creencias. Ahora me espera mi mujer. La dibujo en mi
cabeza con chillidos que toda la vecindad escuchará. Me echará la culpa a mi
todo. Soy culpable de no atender a mis hijos. Soy culpable de no escucharla.
Pero está tan arisca cuando llego que caigo y caigo. Hola Evum. Su espalda es
señal de que algo no marcha bien. Vete, me dice. Me pregunta donde he estado
¡Qué responder¡ El trabajo, el traer algo de dinero para proseguir en la
educación y manutención de estas paredes que ahora me engarrotan. Da puñetazos
sobre la mesa de la cocina. Acuéstate, me dice con desprecio. Me siento
cobarde, soy no más que el barro que piso. Vago hasta la habitación. La cama
está sin hacer, qué más da y me tiro en ella. Intento explicarle que ha sido una noche muy
agitada, seres antagonistas a mis ideas han pisado el taxi y yo he de cumplir.
Por muy distintos a nosotros que fueran eran buena gente que incluso me ha
dejado una buena propina. Ven Evum, le digo. Da un portazo y me deja el café sobre
la mesilla donde el tic-tac de un reloj me marca los años que me queda de esta
manera de existir. Y mis hijos, tengo dos. Dos pequeñines que pasan y pasan
tiempo en el colegio. Yo los veo poco solo cuando libro. Hago un esfuerzo y los
saco al parque, donde ellos quieran. Después la distancia por el trabajo, es
injusto. Sé que ella lleva todo yo, de aquí para allá en busca de un cliente.
No comprende que tengo que mantener esta casa, nuestros hijos y a ella. La irá
se desata, escucho el romper de platos en la cocina mientras friega. No, no
puedo descansar, perturba mi tranquilidad. Me levanto y voy a la cocina. Sus
ojos cegados a los míos. Le dejo los billetes al lado de ella. Los escupe. No
sé por qué siento dolor, siento descender en el enojo y le grito. Sí, grito. Yo…sí
yo, en esta mierda de ciudad buscando tu bienestar, el equilibrio en esta
familia y tu escupes…¡Sí escupes lo que te doy¡ Estoy harto, muy harto de esta
situación. Malagradecida, eres una maldita mujer. Ella calla. Me voy y me
vuelvo acostar. Me arrepiento de estas palabras será el aburrimiento de
idénticas jornadas, siempre lo mismo. Me da rabia su opinión, que esto en la
carretera en busca de no sé qué. Desde la cama veo el día. Hoy será limpio, sin
nubarrones y vientos infectantes más de mi contrariedad. Respiro hondo, intento
calmarme y en esa calma encuentro el necesitado letargo.
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