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No hace más de unas
horas que he vuelto a casa, ya me voy. Con hombros caídos resbalo en la ciudad
hacia mi taxi. Conducir y conducir…girar el volante, marcar el embrague en los
cambios de esta monótona urbe. Calles somnolientas en el invernal roce del
domingo. A quién subiré…quien se postrara en el asiento y me dará la señal a
donde quiere ir. La blusa que llevo es azul, no me gusta pero está planchada,
limpia, su aroma me lleva hasta mi mujer. Comprendo su hastío, su hostil vida
entre esas paredes blancas. Ella sola todo el día, solo cuando los niños le vienen
un halito de alegría contagiosa. Me viene ahora a la cabeza su rostro,
relajado, ensimismado en ellos. Gracias a los pequeños resurge en cada
despertar. Aguanta…aguanta mujer. Tuve
que dejarla que ella fuera trabajar pero llegamos a un acuerdo. Tu o yo…yo o tu…los
niños no pueden crecer, educarse en el tildar de los desiertos que se perciben
actualmente. Necesitan a la madre, al padre o lo que sea cercano a ellos para
erupcionar como hombres, como mujeres. Hoy no he descansado mucho será esa
asquerosa bronca. Siempre igual. Pero sé que me quiere, sé que la quiero solo
momentos de irá balanceada por el silencio de nuestros ojos. Poco nos vemos
solo un hola y adiós…un adiós y un hola. No, no hacemos vida. Trabajar y
trabajar para la verticalidad de los años futuros. Hoy no hay nadie en las
aceras. Todo huele a muerte, una muerte que no sé por qué se encumbra en los
días festivos. Enciendo la radio. Una voz dulce me llena. Quiero regresar a
casa y lo hago. Retrocedo, aparco. Subo escaleras, siento el rumor de los niños
que ya han despertado. Aquí estoy querida mía ¿Y los niños? Ella hace como que no
me escucha y sigue cosiendo y cosiendo alguna ropa de ellos. Yo los oigo…¿Y los
niños? Nada, voy hacia donde están ellos. Papi, papi…me dicen. Están jugando,
saltando en sus camas mientras se tiran las almohadas. Sonrío. Están contentos.
Vamos pequeños, vamos a dar un paseo…en el taxi, en el taxi…me dicen. De
acuerdo, contesto gratamente y nos retiramos fuera de la casa. La invito a
medir. Sigue muda, orgullosa. Pero sé que me ha perdonado. Espléndido es el
día. Un astro rey chillón llevándose al frío metálico. Pasearemos bajo el. Cada
uno por un lado me coge de la mano. Para ellos esto es gozar y sé también que
para ella también. Siento que alguien nos persigue, sin miedo miro para atrás.
Es ella que también viene. Viene con prisas hasta alcanzarnos. Le pregunto a
donde quiere ir y no responde, le da igual en condición de estar todos juntos.
Suplico a esta bóveda celeste mantenerse tal como está. Qué el sol no se vaya,
luminosidad limpia y agradable para la dureza de esta estación. Miro a mis hijos,
nunca los había visto así. Ella y yo…yo y ella y nuestros hijos. La dicha recae
sobre mi espalda y me hallo en plenitud. Todo va bien. Hemos decidido no montar
en el taxi sino caminar hasta el parque más próximo, allí tomaremos un café
mientras los niños se divierten en los juegos, en lo que exista. Orbitar a la
lumbre de su mano, de su mirada. Mi dama, mi esencia en las sombras de lo que
se va escenificando, pasando. Fotogramas ...del hoy…
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