Me he ido. Sí, y qué.
Qué le importará a ella. Me observa en la lejanía desde la venta donde fue
nuestro hogar…nuestro hogar, ja. Me consideraba sincero, honesto, benevolente
con ella. Pero no sé lo que ha pasado. De espaldas a mi ha estado esta mañana
pronunciando lo que no se atrevía, lo que guardaba hace años ¡márchate¡ Vete de
aquí esto no es el bajo techo donde las hogueras de amor chispeaban. La mentira
la azuzado todo estos años, todas esas estaciones donde la algidez de nuestros
labios se empapaban de un querer afortunado ¡Qué tonto fui¡ Miro atrás, ella
ahí. Sonrío y disimulo mi angustia en una margarita que arranco de un
jardín. Llueve, alargamiento de la
agonía en paralela proposición de la despedida. Pero quien será, quien será que
le despierta tanto entusiasmo, esa sonrisa cohibida ante mí. Sí, ante mí. Por
qué no era por mí. Tirito. No ha llovido fuerte pero la humedad me cala hasta
los huesos. Yo sigo, me voy con mi entereza mojada, con un llanto infinito por
aquella que tanto apreciaba. Para está asquerosa llovizna. Arrastro mi maleta
con mismas ganas de vivir. La duda me envuelve…tal vez pueda regresar,
recuperar aquello que fue y que entiendo ahora no era. ¡Dioses del universo¡
amparar mi locura del querer. No. No me puedo creer después de tanto tiempo
solo. Estoy cansado, me siento en puentes colgantes bajo las batutas del
desequilibrio. Un banco, me sentaré. Da igual el tiempo, el tiritar este amargo
sabor. Me resisto a creer que todo ha acabado. Quiero dar fuerza a mi ser y
dejarla ser feliz con aquel, con aquella…no sé…me encuentro confuso. Las ideas
brotas disparatadas, con una celeridad
agresiva, descomunal. Respirar hondo. Inspiro y espiro. Espiro e inspiro.
Llueve otra vez, una lluvia intermitente ante un cielo oscuro como oscuro son
mis pasos perdidos por esta calle. Dejaré desvanecerme de frío, del gélido aliento
del invierno. Si, invierno duro y cruel ¡Muerte¡ Miro a la muerte como si
mirara ella, como si sus caricias fueran navajas afiladas absorbiendo todo lo
que hay en mi ¡Muerte¡ Ojos alocados me inspiran la huída. Sí…sí, acantilados
por donde mi vuelo rasgará toda la pena. No…no. No herirla. No asesinarla.
Tengo que levantar, ser vertical pisada
que se evade, que se ausenta de todo lo que era ella. Llorar, no más. Tendré
que reiniciar mi vida , tendré que expandirme como gas en una atmósfera
distinta a la que estaba acostumbrado.
Me levanto, tiro la margarita. Mi pie aplasta la sensibilidad. La rabia
se apodera de mí y no sé por qué corro y corro. Dejo la maleta, huele a ella. Llorar,
no más. Un círculo de vida nuevo. Me
costará pero aprenderé. El sol es engendrado por las nubes. Me calmo y pienso…
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