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Se endereza, desnuda
presiente mi llegada hasta ella. Sigo en la sutileza de mis huellas en este
piso húmedo. Ahí está, frente a la ventana, mirando la plateada en todo su
brío.
Ella ya sabe que estoy
en este salón, no se da la vuelta sigue y sigue ensimismada en su luna redonda.
Tal vez la timidez, el azorar de ser imprudente la asusta. Me acerco con cierto
palabras en mi cabeza “ Te juro Anne que nada saldrá de aquí. Conservaré
nuestro secreto bajo un sótano impensable a los demás. Estoy aquí, tras tu
espalda ¡La belleza ronda tu piel pálida, frágil. Te juro que seremos una
mientras a puerta cerrada andemos juntas por esta casa. Después, dos, cada una
tomará el rumbo de la vida cotidiana. Pero nos volveremos a encontrar, así,
solas con la mirada fiel de los astros. No, no diré nada. A nadie le interesa
nuestra vida solo a nosotras” . Pongo lentamente mi mano sobre su hombro frío,
muy frío. Ella se estremece, se gira. Sus ojos vuelan a través del mutismo, del
cansancio. Busco y Busco, no hallo nada…a ras de sus manos queda la maléfica
cicatriz del pasado¡ Qué hacer¡ La abrazo, sus brazos caídos indican que su
voluntad es pésima. Venga , mujer, le digo. Salgamos de aquí, de esta casa
tétrica, esbozo de estaciones mal logradas. No se mueve. Me dirijo hasta su
habitación desordenada y cojo algo de ropa. Se la llevo y se la deposito en el
sillón. Ella sin prisas se viste, se abriga. No dice nada. Pongo mi mano sobre
la suya y la llevo afuera. Ella no se resiste, se deja llevar. Un taxi, lo
paro. Subimos y le digo el lugar que deseo ir. Lejos, muy lejos donde la pisada de
la humanidad deteriorada sea irreconocible. Lejos, muy lejos donde los
pinzones azules duermen en el balanceo invernal. Lejos, muy lejos donde los
pinares silban a la vida cuando el viento canta. Lejos, muy lejos fuera de esta
urbe que ahoga, que nos aniquila con su polución grotesca. Lejos, muy lejos
donde el llanto de un niño aguijoneado de sed y hambre no nos distorsionen por
unas horas. Y callo. Lejos, muy lejos donde mi beso en su cuello sea culminante
caricia del reverder de su mirada. Mirada ofuscada. Mirada perdida. Mirada
opaca. Mirada de pozos cubiertos de lodo. Todo es silencio. El taxista baja la
emisora, me escucha. Debe pensar que no debemos estar muy bien. Sí, en plena
madrugada dos mujeres una con rostro de cenizo y otra con el empuje de la
incertidumbre. Me callo. El taxista sube otra vez el programa que escucha. No
sé si Anne le molesta. Está inerte, sin ganas. A mí no me entorpece, me da lo
mismo. Para allá vamos. Traspasamos la ciudad, todo es oscuro. Constelaciones
nos persiguen en nuestra ruta a la cumbre ¿Y por qué este lugar? Será que allí
nos conocimos en una jornada de chubasco febril. Quiero rememorar ese instante.
Instante eterno que en su memoria volverá a flotar…¡Ay Anne¡ Lucha, vence...
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