Un
hombre apenado. Las cuatro y media de la mañana. Se sube a mi taxi. No huele
alcohol. No tiene secuelas de alguna droga. Esto es un alivio. La luna ahí,
parece que ha percatado algo de mi trabajo. Todos los días en la madrugado solo
entran gentes extrañas, gentes consumidas por la locura de una noche de
vértigo. Más de uno no me paga, el, me ha pagado. Me pide que lo lleve al hotel
más próximo y lo hago. Se ve una persona bien curtida, triste, pero bien
curtida. No me hará trampa y es cierto, muy cierto. Yo hablo y hablo, quiero
quitarle un pedazo de su corazón maltratado. Supongo que alguna relación
difuminada para estar a estas horas por las calles. Su entereza parece
desvanecerse en un tremor. Me da que lleva tiempo dando vueltas y vueltas. Yo
con unos café estoy despierto, muy despierto. Yo hablo y hablo, es mi condición
como conductor entretener al cliente, disimular mi miedo cuando la madrugada azota
¿Qué pasará por su cabeza? Su mirada fija en la ventana, no me escucha.
Consumido en un amplio callar. Gimotea algo, tan poco que casi no lo percibo.
Pero yo se que llora. La ruta que escojo no es muy larga. Tal vez pueda sacar
algo en su despiste, en la sumisión de su cavilar no sé en qué. Presiento que
será una buena noche. Gente solitaria a la deriva de sus sentimientos. Hoy he
tenido suerte, la suerte de no coger a esos gamberros, a esas gamberras que
luego te pagan con amenazas y tentaciones groseras. La noche. No sé por qué me
gusta trabajar a estas horas. Será la calma de la carretera, caravanas
inexistentes, luces de farolas que acogen mi conducir a medida que la radio
suena y suena. Me gusta. Me gusta escuchar esa voz, esa melodía retumbante en
mis ventanas cerradas. Solo yo y la radio. Qué agradable es la voz de la
locutora, de una sutilidad que estos tiempos está podrida. Y llegamos al hotel,
paro. Me da un billete de veinte euros y se va. No quiere la vuelta o está tan
inmiscuido en preocupación que no se da cuenta de lo que ha dado. Me da cierta
pena. No arranco hasta que entra, esto no ocurre todos los días, es un caso excepcional.
Pongo el motor en marcha y sigo y sigo en busca de clientes. Todos no serán
como este hombre apagado. Cualquiera sabe lo que me espera en la siguiente
ruta. Por lo menos hoy voy con el pan bajo el brazo a mi casa. Me ha ido bien
la noche. Esto no es siempre igual, situaciones críticas induciendo a la
desgana, al continuar en esta profesión. Quiero quitarme de mi mente a ese
hombre mortificado. Alguien me para, una pareja. Dos chicas ¿En qué estado
estarán? No creo que sea igual que ese hombre dejado hace un momento…
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