Tam… Tam, el regreso del viento
norte nos emancipa de la rutina. Estamos esperando el derivar de barcas que en
el infinito de los deseos desembocan bajo las inclemencias del oleaje. No hay
corazones a la vista. La oscuridad se endereza y viene voraz a someternos a las
profundidades de los océanos. Un mundo
abisal cuyo rugido nos estremeces, nos desvía de esa ilusión de la mirada. Aquí
el frío es aberrante, los ojos caen presa de la sepultura cuando el amor de
espalda nos dice del fin. Tam…tam, saltan los cristales de una ventana
entreabierta en el golpear incesante, monótono. Cristales rotos que nos
ahuyenta del querer. Regresamos a nuestra cueva y ahí amontonamos piedras y
piedras. Un cúmulo para alzar la hoguera del abrazo a la calidez, al recóndito
aislamiento de nuestras pisadas. A veces olisqueamos el exterior, pero aquí tan
protegidos de la aberrante verdad nos hace cerrar los párpados y ser horizonte
de los sueños ¡Qué bueno soñar¡ Aquí, con la sintonía del callar de los últimos
luceros.
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