Nubes espesas, muy espesas. ..de
cierto aroma cenizo se hallan tras ella. Camina y camina con muchas bolitas de
papel en sus manos, envejecidas, frágiles, gozosas de la vida. No mira atrás
solo el sendero liado de arboledas que le dará la sombra de sus pasos. Ya ha
llegado al lugar. Un lugar virginal, ciego
para aquellos que no rondan la naturaleza bella, perfecta diría yo. Deja las
bolitas a un lado, sobre una roca por si la humedad que desprende ese boscaje
las destrozará. Cava y cava con sus manos envejecidas, frágiles, gozosas de la
vida un gran agujero. Las introduce
dentro y piedra tras piedra va colocando como suplica a un dios inexistente. Al llegar al nivel de la tierra la tapa con
resto de hojas secas, de hojas tiernas que hay alrededor. Despacio, en
progresión de una despedida desorientada se yerta. “Que estas cartas aquí
mueran como nacieron, en el vientre de la madre naturaleza, en el esbozo de una
sonrisa de amor y singladuras a través de los años. Yo ya no tengo fuerzas.
Cansada…cansada de todos estos años en que he sido correrías en cada horizonte
del amanecer”, se dice. En vertical y alzada sobre si misma comienza una danza,
una danza lenta y pausada de las almas ahí depositadas. “ Aquí os dejo, en el regazo de la tierra
como hijas de los astros que llegarán al anochecer, como hijas de un sol
complaciente cuando el día se aproxima. Hoy , sin embargo, luce una jornada
gris. El llanto del adiós, de la ida. Adiós a los amores , a los amigos que han
colmado mi existencia. Ahora me voy, vuelvo al rumiar de una urbe donde nada se
detiene, solo aquí…aquí donde el paso del tiempo es estático, eviterno. Adiós” y se va. Retorna como mujer
enderezada en los derroteros de su andar. Ahora que ha lapidado todo su ayer se
siente bien , con sus manos vacías, envejecidas, frágiles, gozosas de la vida
vuelve. Vuelve a su casa. Sí, esa cuya ventana da un árbol donde los
herrerillos alegran con su canto.
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