La noche. Un espejo. Ella frente a él. Se toca, se
habla, desciende al yo infinito contrario a la conciencia. Sus manos arrugadas
tocan con su palma el espejo y se habla, se habla…
X:
Ja, me dices
que sí, me dices que no. Balandros vuelan por tu cabeza en busca de su
interior. Siempre dices decir que la paz se apodera de ti cuando las batallas
alzadas sobre montes oscuros apuñalan todo aquello que es inverso a nosotros. A
veces no te entiendo. Saboreas tu aislamiento con el tremor de un mundo que se
vuelve bizarro, cenizo. Prefieres estar así. …Muy bien, perfecta realidad
asaltada por la imagen azulada a ras de ti. Ahora no me ves. No quieres
conversar sino alejarte en el ritmo de las agujas de un reloj inexistente.
Estás estática, mientras yo, soy relativa celeridad frente a los mismos
acontecimientos ¡Despierta¡
Y:
¡Aléjate de mi¡ Sí, prefiero respirar el aroma de mi
piel, de cada paso por este pasillo en soledad. No acepto tu forma de
convencerme, de manipularme. Ya sé, ya sé todo lo que se aguarda ahí afuera:
ventoleras devastadoras al encuentro de la muerte. Una muerte blanca, negra,
sombreada por ojos infértiles, inamovibles, idos de la mano de la existencia
¡Déjame en paz¡ No ves que estoy ocupada. Así, bailando, cantando al son de
herméticas murallas que solo me dan silencio, respirar. Estoy harta ¡harta¡…de
este cuadro salpicado de tachaduras contra la humanidad. No…no me gusta. Me
desagrada, me hace….me hace impotente.
X:
Y ¿por qué lloras ahora?
Y:
Eres tú. Tu culpable de este romper de mi dicha.
Déjame cantar por favor. Aunque sea por unos instantes que se ofuscarán con el
tiempo ¿Dónde te has ido? Ven, ven de nuevo. No me dejes. Sí, saldré con plumas
blancas en mano y las haré…las haré navegar hasta el último rincón de este
planeta consumido, asfixiado.
X:
Sí, vamos. Agárrate fuerte amiga, cruzaremos la
trinchera, las vallas de púas y seremos felicidad, una paz compartida, libres….muy
libres.
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