sábado, febrero 11, 2017

Ahora...

Estoy ahora ascendiendo por pedregales ausentes ya pinares en la vieja cumbre. Bañada de leche de cabra murmuro al silencio de estas altitudes. Me hallo sola, columpiada por cierto sueño enhebrado en las costas de los idos. MI cuerpo blanco, mis manos ligeras, frágiles, sumidas en un deseo que me hace cimbrar por cada zancada que doy. Ya estoy en la cima. Un mar de nubes le resta a mis ojos los sonidos de la civilización. Yerta,  con los brazos en altos clamo una canción…una canción que siempre se asoma a la llamada de la madre tierra, de los anhelos. Hace frío, no sé, uno o dos grados. Yo, segura, conforme a la línea serpenteante marcada por las jornadas me alojo bajo este maravilloso paraje. Intento retroceder, me dirijo a mis ancestros.  Grito “ Venid, venid al son de un tiempo inexistente, de un tiempo alejado de la celeridad de los días. Venid, venid aves de este templo de cristal  a picotear cada una de mis emociones, cada uno de mis sentidos en el rigor de la libertad, de la paz”. Un manantial no muy lejos suena, voy hacia él. Meticulosa me lavo hasta ser de nuevo yo. También bebo de él, de la veracidad de sus palabras ininteligibles para aquellos cuyos cirios se ocultan tras la máscara.  Leche de cabra derramada en mi bajada a lo que dicen normal. Mientras desciendo soy plumas de colores en la danza del adeus.  Adiós al monte virgen que ondea la verticalidad de cada instante feliz. Adiós a las ramas que me azotan con una leve caricia en el momento de ser presente ante lo real.

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