Estoy ahora ascendiendo por pedregales ausentes ya pinares
en la vieja cumbre. Bañada de leche de cabra murmuro al silencio de estas
altitudes. Me hallo sola, columpiada por cierto sueño enhebrado en las costas
de los idos. MI cuerpo blanco, mis manos ligeras, frágiles, sumidas en un deseo
que me hace cimbrar por cada zancada que doy. Ya estoy en la cima. Un mar de
nubes le resta a mis ojos los sonidos de la civilización. Yerta, con los brazos en altos clamo una canción…una
canción que siempre se asoma a la llamada de la madre tierra, de los anhelos.
Hace frío, no sé, uno o dos grados. Yo, segura, conforme a la línea serpenteante
marcada por las jornadas me alojo bajo este maravilloso paraje. Intento
retroceder, me dirijo a mis ancestros. Grito
“ Venid, venid al son de un tiempo inexistente, de un tiempo alejado de la
celeridad de los días. Venid, venid aves de este templo de cristal a picotear cada una de mis emociones, cada
uno de mis sentidos en el rigor de la libertad, de la paz”. Un manantial no muy
lejos suena, voy hacia él. Meticulosa me lavo hasta ser de nuevo yo. También
bebo de él, de la veracidad de sus palabras ininteligibles para aquellos cuyos
cirios se ocultan tras la máscara. Leche
de cabra derramada en mi bajada a lo que dicen normal. Mientras desciendo soy
plumas de colores en la danza del adeus.
Adiós al monte virgen que ondea la verticalidad de cada instante feliz.
Adiós a las ramas que me azotan con una leve caricia en el momento de ser
presente ante lo real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario