Viento. Son las seis de la mañana. Todo oscuridad, todo
callado al compás del tic-tac del tiempo. Giro ralentizada contra la voracidad
de la calima. Sé que puedo llegar. En la reconditez de las ramas rotas busco la
mirada incierta del mañana, un mañana confuso. Sé que puedo escalar los
desagradables interrogantes de un cementerio cercano. La tos me acusa, sin embargo, sigo. Sirio me
acompaña, me vigila en cada zancada retorcida en las manos del viento. El
viento. Acusada de perdedora, de mordientes aventuras a ras del vacío. No.
Sudo, un sudor extinguido a medida que avanza. Calles mudas, solo el viento.
Pasan coches con luces de agonía de una jornada que quiere comenzar. Las
farolas aún encendidas dan lumbre a mis pensamientos- pesados, tuertos- yertos
en el menear del agotamiento. No hay cansancio. A veces parezco desfallecer,
mentiras obradas de la luna aun ahí con su caricia al sol venidero. La luz del
día empieza a divisarse, una luz disfrazada de arena de un continente cercano.
Viento. Regreso, tengo que alcanzar mi techo. Tiemblan bruscamente los árboles.
Les temo, espacio de la nada donde me muevo. Cierro la puerta, el zumbido
penetra en las ventanas de esta casa. Ahora me ducho, agua fría que galopa por
mi piel. Así, rápido. Viento. Escucho música acompañada por el viento, siempre
por el viento. Schubert en su melancolía, en su doncella perdida. Viento…
No hay comentarios:
Publicar un comentario