sábado, diciembre 17, 2016

UNA ROCA...

Una roca. El mar en las vespertinas luces de otoño. La decadencia de los cuerpos, cubiertos de cierta nostalgia. Ella, sentada, vigía de un horizonte bañado por un tierno oleaje. El ronroneo de las olas la duerme, la embelesa hasta que sus ojos azules son besos de una embarcación perdida. Se aproxima, desaparece y ante ella el esbozo de ballenas en un brinco sonriente bajo los destellos de una noche que se arrima. Noche de luna, noche grande dibujando reflejos de su mirada al amor ido. Algo del ayer requema sus latidos en celeridad pero se siente en calma, tranquila bajo los efectos de la memoria. Tira una botella al océano con un mensaje inelegible a los labios insonoros a la paz, a la verdad ¿A dónde llegará? Lejos, muy lejos desea ella. Donde el chirriar de un amanecer no sea certero con las almas en su solitaria danza sobre tumbas anónimas. Ganas de abrirse y cerrar cada una de sus vivencias. Sostenida ejecuta un movimiento que la anima a levantarse. Alza sus manos a la brisa marina entregada a su existencia, modela en sus pensamientos el camino que recorrer para el logro de su vejez. Envejecer.  No queda otra. Manos expandidas en la plenitud de las arrugas, de una historia tal vez ajena a otros. Hace círculos en la arena: su vida. Todo es un ciclo que debemos continuar hasta volver a brotar en las raíces de cipreses cantando al silencio. 

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