Pisadas dan abundancia a un nuevo amanecer. La isla,
enfrente, sobresaliendo entre pesadas nubes. El piensa, ella piensa que tendrán
que ir. Hace años de sus aislamientos en ínsulas mayores pero, la isla, la isla
diminuta donde lobos marinos desembarcan su aliento hace tiempo que no la
visitan. Maravilloso pedazo de tierra donde emerge lava y arboledas
inconquistables para el hambre humana. No sabe quien la protege, será algún
Dios de estos rincones del universo el que vierte su escudo a ella. Es sagrada
para las danzas ancestrales ahora idas, decaídas en la perdida de la creencia.
Ellos irán cuando la oscuridad condene los ojos que miran al horizonte en el
eclipsar. Cuando la noche llegué se
desnudarán y de orilla a orilla serán gaviotas negras que con sus braceadas la
visiten. Lo necesitan por unos instantes sentirse libres, anclados en el tiempo
ido. Cuando la noche llegué saborearan de ese paraje inaccesible para muchos
otros donde sus garras no más que son cemento y taladros. Podrán pasear en su
belleza y sentir un aire distinto, como diría, un aire donde la fogosidad de
las entrañas del planeta y la naturaleza los haga vivir lo hermoso, lo perfecto.
La isla, elixir de la fraternidad, del respeto a la madre tierra congregada por
aves emigrantes que les dirán de los secretos que guarda este mundo. Y llega y llega la noche, ahí van, liados en
sus cuerpos a la isla. No está lejos, solo, la ausencia de nuestra memoria. No
hay nadie, pájaros de colores les da la bienvenida, palmeras abundantes en su
mecer anuncia la llegada. Caminan por a ras de su corpulencia suave, tierna,
enhebrando los deseos del mañana. Solos se ven alumbrado por la densa virginidad
de su lindeza, más perfecta no podría ser. Es como si hubieran realizado un
viaje al pasado, ese pasado que se halla ahora frente a ellos, de donde
vinieron. Desnudos no saben si regresar. A lo lejos un faro preñado de lluvia
se deja ver. Aquí, la nada los rodea, los absorbe, los mima. Se besan, así,
como apoteosis del elixir de este lugar. Estrellas fugaces les da la
bienvenida, la mar en calma los solicita como únicos que pueden acariciar su
frondosa riqueza. Puede ser que no regresen más, que se transformen en cenizas
que toman raíz ahí. Así, abrazados en la bonancible que los consume.
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