Ya te he encontrado. Lo sabía. Sabía que estabas ahí, en una
rama del corazón de un viejo árbol. Así puedes ver mejor lo que se estremece
ante ti, lo que se mueve, lo estático de esta vida. Siempre lo mismo. Sueñas,
te esperanzas, te recoges y agotas tus miedos en esas alturas. Yo no te puedo
alcanzar, es imposible. Un torbellino de pájaros se congregan a tu alrededor y
como el humo ascienden hasta un celeste cielo. Sí, te he encontrado. Te conozco
querida mía. Esbozas un no sé qué aliento que me hace venir hasta aquí y
hallarte. Eres diminuta así encogida, la lluvia acecha y te mojaras y
temblaras. Pero te es igual. Seguirás ahí, en tu sueño, en tus esperanzas,
invadida por el aroma de la madre naturaleza que tan bella es. Bella como tú
¿Aún no lo ves? ¿Estás durmiendo? Yo aquí, debajo, a la sombra de tu esbelto
cuerpo. No me miras, no miras. Agachas la cabeza entre tus rodillas y te
sientes lastimada. Comprendo. Entiendo el proceder de los años anclados en una
misma rutina, en unos mismos ojos. Todo cambiará, emergerá una azotaina
pacificadora, equilibrada y después de ello seremos seres del vacío, con nuevos
horizontes a seguir, para continuar en
un nuevo mundo ausente de desastres desquiciados de la razón humana. Tú te
quedas, esperas y esperas esa rebosante finalidad aliada a la paz, a la
libertad. De acuerdo, sigo aquí bajo tu sombra. No. No te quedarás sola. Yo
también quiero ver ese arco iris caminar por nuestros corazones.
Me hallo aquí. Sí, en este añejo árbol milenario donde su
savia me alimenta en cada despertar. El, ahí debajo, a mi sombra. Colores
infinitos se perciben desde este lugar tan lejano para otros, tan cercano para
mí. Acurrucada en una rama robusta y fuerte soy frágil esencia que divisa este
globo. Este globo putrefacto donde guerras, hambre y sed hostigan a sus
pobladores. Debe de existir otro mundo mejor, un mundo más consciente con la
deriva en que estamos embarcados. No. No entiendo el parloteo de los pájaros
rondando mis espaldas, mis piernas. Picotean suavemente, un picotear que me
hace desperezarme de todo mal que habita esta atmósfera asfixiante. No sé que
hace ahí debajo, yo renuncio al vivir en estas condiciones cambiantes, con
rumbo al exterminio de nuestros hermanos. Quiero la paz, la justicia, la
solidaridad bienaventurada a través del tiempo. Yeguas de un paraíso sin fin
llevadme donde la sangre de ojos no emane en rostros marmóreos. Correr y correr
lejos, muy distantes donde la garra humano no os alcancé. Yo me quedaré en esta
rama, eximida de cualquier trueno turbador de la tranquilidad, de la serenidad
de mis sueños. Ya no estoy sola. El ahí debajo será mi guía, algún día me dirá
cuando bajar. Arroyos de peces variopintos absorberemos las calamidades del hoy
y todo será olvido, olvido…
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