Asomada, un tambor irrumpe a lo lejos. Lo sigo. Su tam- tam
evoca una cierta melancolía de pájaros a espera del chubasco. Rápido me visto.
Rápido salgo a la calle y acera abajo voy hacia el tam-tam. Me mezclo con la
gente que pasa, que no entienden, que miran la celeridad de mis zancadas. Me
aparto de la ciudad y hallo un viejo camino que me lleva a una casa en ruinas,
sumisa en un sueño del ayer. Tam-tam sigo escuchándolo, ahora, más cercano, más
vivo. Miro a través de un hueco que dejo una puerta en el pasado. No hay nada
solo el tam-tam. Me aproximo detrás de una roca y ahí está ¡Mi corazón¡ Un
corazón rajado por las inclemencias de los tiempos que pasamos. Un corazón destrozado
por cada mirada al presente. Tam-tam,
derrama sangre seca. No, no puedo ser. Su muerte pasa por mi mente, una muerte
elaborada por el encallar de cada maldita aguja a la madre tierra, a los seres.
La espera ha sido larga, cuarenta y tanto años en el sentido de la umbría, de
la dejadez de un edificar con la fragancia de la paz. Tam-tam. Cogerlo o no,
esa es la cuestión ¿Para qué? Todo sigue igual ante el paso de los siglos, de
las estaciones. Hoy otoño, mañana invierno y luego una primavera donde el
primor purificante del nacimiento nos da algo de lucidez ¡Mi corazón¡ Se
detiene, aliento último en el brotar del crepúsculo. No. No lo cogeré, seguiré
sin él. Aquí al lado una escalera descalabrada, en harapos. Subo y subo. Cada
peldaño desaparece igual que el pulso de la vida a medida que asciendo. Ya me
queda el último. He llegado. Miro un
horizonte al que no volveré. El tam-tam ya ha oscurecido, se ha aislado en la
negritud de este mundo descodificado, desequilibrado ¡Un arco iris¡ ¡No¡ No venga ahora con esas chorradas de que todo cambiará. Aún así me
quedaré observante hasta que te desvanezcas. Aquí en esta añeja casa donde los
recuerdos remontan a un pasado efímero y a la vez indestructibles para aquellos
que gozan del tambor con su tam-tam.
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