Aparcamos bajo las sombras de la esperanza. La paz viene con
un listón que hemos de pasar a través del trepar en nuestro yo. Silencio, todo
es silencio, todo se vuelve colina que ascendemos para contemplar la belleza de
la madre tierra, de los corazones que se revuelven en sus andanzas cotidianas,
simples. Una luz de otoño se empeña en desterrar toda duda, toda vivencia
ensangrentada en los comienzos de la jornada. Ahora el equilibrio que ahuyenta
los escalones inalcanzables de aquellos sueños que tanto deseamos. Agua que
corre. Agua antojadiza resbalando por nuestros rostros, por nuestras manos.
Agua de eternos suspiros ampliándonos en el consumo de verdes tonadas al son de
una paz. La paz viene, ahí está, en los impecables ojos de nuestra alma.
Círculos de corazones unidos en la cima de la reconditez de nuestro yo. Aquí estamos, tendiendo sábanas blancas
cuando el viento norte sopla y nos dice del tecleo incesante del sosiego, de la
abolición de las cadenas que nos ata, que nos arroja a incesantes acantilados
tenebrosos.
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