Se espera mal tiempo. Eso dicen…lluvias
que arremeten con los transeúntes de la mañana apagada. Pero no sé…una bola de
fuego calma sus andaduras en el viento voraz asumiendo un cielo claro, limpio.
Estoy aquí, frente está caja donde los restos de él me llevan a una memoria
desnuda, sin pausa consumiendo mis horas de verticalidad. Mi techo y estas
paredes azuladas me arropan. Sola, sola en el último instante de mi despedida.
Sentada, escudriñando estas cenizas del recuerdo ¿Cómo puede ser? Somos
pequeñas motas en este universo que no acaba.
Aquí,
sentada frente a ti. Tus cenizas reposan en una mesa donde la lumbre de la
jornada da cierto ánimo a observarte. Voy
a abrir la ventana, necesito que la luz del día de hoy me de fuerzas
para el olvido, para olvidarte. Un aire fresco penetra en mis ojos que miran al
horizonte lejano. Barcos en el rumbo de sus destinos salpican al océano
impaciente, revoltoso. Vuelvo a ti, no sé qué hacer contigo. Si te quedas aquí seré constante descenso a
tu ser, a tu ser que jamás volveré a ver. Dime, qué hacer de ti….me siento
confusa, contrariada. Me desagrada verte en esa caja rectangular apresado,
encerrado de la efervescencia de la vida, del correr a través de esta tierra
que pisamos. Esparcir tus cenizas aquí y allá, allá y aquí. En el monte, en el
mar, en la ciudad. Cercado movimiento que tú solías emotivamente pisar. Eso
haré, después, un nuevo designio caerá sobre mí. Perdóname, ya te has ido.
Tengo que vivir, ser singladuras sin que mis ojos en su monotonía giren en
torno a esta mesa, en esa caja donde tus sentidos apaguen mí mañana. Cenizas. Solo cenizas embriagando mi sed de
ti. No. No puede ser, te tienes que ir para yo avanzar, ser entereza de las
jornadas que me quedan. El tiempo está cambiando, nubarrones se aproximan,
nubarrones que te extenderán en la perpetua ausencia, lejos.
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