Un reloj. Pasos en la sombra del estremecer del suelo. Ellos
concentrados con el eclipsar de sus miradas alrededor de una mesa. Se unen las
manos, se unen las fuerzas del cosmos para llamar a los espíritus andantes en
horas cuando una luna redonda llama sus energías. Una mujer que habla en nombre
de ellos. La articulación de sus palabras suena algo gutural, algo nacido de
las entrañas de las paredes que les rodean. Todos callan. La palidez conquista
sus rostros, un sudor monótono avista la detención de las luces. Todo es
oscuridad con solo el quejido infausto de la plateada y el temblor de los
ocupantes bajo ese techo. Ella calla. Un silencio desintegra cada estado
elaborado en la helada mirada que ahora eclosiona. Pero hay algo en la
atmósfera que los atrapa ¿alguna energía no ida aún? Ese algo toma los tonos
del arco iris, toma la forma de los humanos, toma el aliento de cada uno de los
allí presente. Ella, la médium, no entiende, la sesión ha terminado. Temerosos
observan como estallan las luces, como quiebra la mesa, como se destruye todo
lo que los rodea. Estáticos miran el techo que no más es un aliento de la luna
blanca. Aquella sustancia incorpórea se alarga y acoge en su pecho a todos los
allí presentes. No dice nada. Ella calla. Oscuridad. Todo se hace oscuro. La
esfera blanca que los vigilaba se ha ido. Solo, esa energía que impide el
movimiento. El miedo se larga, ahora, solo estrellas condicionan el exterior
que los agarra. La imagen desaparece como humo en espiral hacia el firmamento.
Deja atrás un halo de conciencia, de desgarradores fotogramas del mundo que hoy
en día se vive. No hemos evolucionado solo nos hemos vestido con diferente tono
pero con el mismo argumento. De repente pálidas tez resbalaba por cada uno de
los presentes. De repente aquellas masas
albas se elevaron y desaparecieron bajo la ceniza de aquella forma humana del
arco iris. La noche seguía cantando al son de los grillos, de los perros, de
las constelaciones y de nuevo vino la blanca luna. Aún más perfecta, más bella…
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